17 de diciembre de 2006

Periódicos

Conviene revisar los periódicos atrasados. O los suplementos culturales, que, por su función misma, deben incluir cierta intención de permanencia en las opiniones que vierten.

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Eduardo Hojman: "Palimpsesto", Abcd, nº 761, 2-8 de septiembre de 2006.

Internet contribuye a la desaparición de una autoría históricamente precaria, y recientemente puesta en cuestión desde la semiótica. ¿Des-construida por las modas culturales, ahora universitarizadas?

Verdad.

La continuidad autor-receptor de la obra (literaria, fílmica, musical, informativa, etc.), a lo largo de Internet (en el tiempo, más que en el espacio de Internet), la imposibilidad de practicar cortes que distingan, manifiestan, en concreto, la crisis del prestigio autorial, del único y sus derechos: la monarquía de la inteligencia ha muerto.

Verdad.

Los discursos circulantes por la galaxia electrónica, lo que antaño se conocía como obras, presentan el mismo carácter transitorio que la autoría de la que no-surgen: abismo permanente de la escritura, la imagen y el sonido. La metáfora del palimpsesto sólo describe inadecuadamente, creo, la forma procesual o progresiva de la obra, sin origen ni destino (puntos temporales carentes de significado, porque no hay vocación que los legitime). La función del palimpsesto era otra, aunque los efectos disolventes (sobre la subjetividad) resulten similares.

Verdad.

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Diciendo tres veces verdad no apunto a nada que no esté dicho ya en el texto de Hojman. Es un gesto de asentimiento mío efectuado sobre el contenido de un saber dudoso, como lo es la conciencia pensante y presente de los hechos. Manifestando mi acuerdo sólo expreso una opinión frágil: podría pensar con el mismo rigor en una inflación de autoría en el infinito libro electrónico, que no es el objeto material que pretende sustituir de forma absurda al papel, el libro objeto-bello para todos los sentidos y para la razón; más bien una forma abierta, un libro viviente, que no deja fuera de significado la fuerza del que escribe o la pureza de sus intenciones, sino que, en todo caso, lo enmascara en una semiosfera o selva urbana (ni natural ni ciudadana). Él, el pequeño autor, sabiéndolo, no tiene más remedio que prolongar sus actos en dudas y éstas en nuevas escrituras.

Pero yo no votaría por la desaparición del autor, como tampoco parece inteligente la sentencia de muerte pronunciada contra la teología por los sabios magistrados de la cultura imperial: Hegel, Nietzsche, Fukuyama.

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