Nuestras indecisiones.
Conocí, en un tiempo lejanísimo y desaparecido, algunos consejos que se dan a los jóvenes; para que los hombres maduros no se comporten como niños.
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Que no os acojan confiados, así no le dáis bríos nuevos al desprecio (nuevas músicas, un aire distinto para lo que ya se conoce, y se es, tan familiar). En la pista de baile los cuerpos saludan a los cuerpos, se atreven con los besos; tus ojos, cansados, no se adaptan bien a la música turbia, tu alma se encadena a la compasión y no te agrada. Para ti estará la mañana, solar y fría, para que puedas lavar tu conciencia en sangre, su hielo. Ajeno a los órdenes establecidos, se impone rompiendo el deber que tienen los cuerpos, la inversión del mundo, el desencuentro de las pieles. No se buscan, se esconden tras las columnas, resguardadas en muros: los ojos no se buscan, otean el vacío. Qué maldad la de la la noche, que encierra las miradas y apaga el cuerpo, principio y fin de todo, pues el alma le dio su privilegio: el de querer iniciar los amores. Se engañan: querrían poner fuego en los labios, las veces que los ven más rojos, apretados, fuertes (hasta cuando sugieren la sombra, la nube). Los ojos se ciegan con imágenes de flores sangrientas, espadas, ponen en la frente la aventura de perderse allí, enroscados, eternos deseosos de lo fértil, de lo fácil.
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