La nota (un comentario, una frase, una obsesión...) viene sin vida propia, rodeada de nada. Hoja caída de un árbol desconocido y caótico, que no echa raíces y cultiva metódicamente su abandono. Quizás alberga una penúltima ilusión de autonomía y fantasea con que es él quien se fija al suelo, ajeno -despectivo casi- a los vientos y la falta de lluvia, como una condena o plaga de siglos que es naturaleza suya, y querida. Olvida, lo pretende, lo demás, porque finge creer que la memoria tiene desvanes para ello, para mantener encerradas las realidades incorrectas. Aun así, desea conservar las llaves de esas salas alejadas, polvorientas, sombrías e insalubres de la casa. Imagina un rayo de luz oblicua y atemporal incidiendo en las cajas de los recuerdos y objetos abandonados. Sabe que es hombre y no es árbol, y que la culpa es más dura que la piedra.