Arte paleolítico. Cualquier cosa por huir del mal de conciencia.

Pierre Michon, Vidas minúsculas: páginas magníficas, emotivas, inquietantes, desoladora, ateas y creyentes. ¿El tema es la gracia?

El reno, ente poético y pleno arjé

El reno procuraba no sólo alimento, sino también material ebúrneo para fabricar arpones y azagayas. Podría decirse que era el origen y manantial de todos los bienes. (J. Pijoan, sobre el magdaleniense)

En las exégesis practicadas por oscuros abogados porteños (oscuros en la fama, si bien luminosos en sus efectos, por mor de la divina inspiración), como el impar Marcos de la Nieve, puede que se localicen verdades muy hondas acerca de la condición humana. El viento, o sea el espíritu, insufla donde le da la gana, sin atender a geografías ni lenguas. Lo que ocurre es que muy probablemente estas verdades sean muy desagradables para el común orgullo. Proposiciones del declive, así creo que las nombra Marcos.

Si lo sé, no lo digo. Una palabra, la oscuridad.

Hace tanto calor en la Subbética (y aun así no está en la Champions League del bochorno) que se derriten hasta los sintagmas. O a mí por lo menos se me resbalan.

Auriñaciense...
Solutrense...
Magdaleniense...
(El libro de historia, al correr de los años, muta en novela del tiempo. Aumentando su legibilidad = modesta  verosimilitud de lo contado y escrito.)

Lecturas y recomendaciones

Pierre Michon, Vidas minúsculas. Bien, en general. Aunque los largos periodos, ese traslado de la filosofía alemana a la lengua francesa, me cansan un poco... Pero Schwob, Vidas imaginarias, es el padre del género, de las biografías ficticias. ¿O no?

Quizás el logos se limite a eufonía. Y los conceptos sean sonidos solidificados. QED. Por lo menos a título particular.

Quien relee, no revive. Ahí está la temible diferencia. Entre la letra y la existencia. Quizás el espíritu consista en ese desfase. En un anhelo.

Narrar responde a la necesidad de inconsciencia, de llenar el tiempo, que en esencia es vacío y Nada fundamentante, que diría un antiescolástico, si tal maestro del contrapensar hubiera tenido su locus en los años de después de la guerra, los de la paz que aplasta. La guerra y la política, otros olvidos, pero más indeseables. La primera persona que estampó sus manos tiznadas en la pared de su solución habitacional troglodita, pues seguro que quería desterrar algo de su memoria. Milenios después, la magia del cuadro colgado en la pared del museo apenas da para apercibirse de que en el origen de todo estaban las escasas expectativas vitales del animal que lo sabe, y que por eso acaricia y maquilla la tierra y la piedra de las que proviene. (Rolando Bartez, "Pototo", futbolingüista)

Flor y José

Quizás pertenezcan a distintas generaciones. Pero no. Sino que una vive y el otro no. Nacieron el mismo año, F. y J., el de 1940. La diferencia perceptiva está en eso que digo. En que una vive y el otro ya no. Murió, también, en 1996.

Gnosis para la confesión de culpas: ignorancia y error legislan (en?) el mundo. Escribir es como borrar ese hecho, y por tanto una forma de muerte, de negación del ser que de verdad es, el único, el fenoménico.

La tercera de las provisionales cartesianas es fundamental, en el orden de las ideas y en el de las cosas.

En K-land todo es posible, y de ahí su carácter distópico. Toma una cadena cualquiera de hechos, o mejor: cualquier secuencia de hechos se ordena con la suposición de una voluntad maligna detrás del escenario.

Hortensius Ginóbile, de ascendencia italiana por parte de padre y lituana, obviamente, por línea materna, se crió no obstante a caballo entre Bs. As. y Chicago. Por eso fue sorprendente cuando en su madurez recaló en una pedanía de Zurgena, la próspera y milenaria. Deseaba escribir allí su obra largamente intencionada: un tratado acerca de la ciudad y sus reglas, en línea con lo que el maestro venerable había estipulado ab antiquo. Salió al cabo un opúsculo, De urbe constructa el título, en el que Hortensius G. fundaba la cimentación de las ciudades en el crimen arrogante y absolutamente desvergonzado. Ninguna estructura cristalina surgió nunca de otra base moral que de la repulsión y el dolor. Esto, que lo mismo quería valer para el universo inhumano, trasladaba una luz muy sombría al deambular de los hombres y mujeres de la comarca, condenándoles a un empeñado olvido de las faltas primigenias y a la menesterosidad de, primero, sacerdotes y, con posterioridad, psicólogos colegiados. Así de cruel es la existencia cuando no te dejan mirarla inocente. En las treinta y dos páginas del cuaderno desplegaba el filósofo está y otras máximas deprimentes y contrautópicas.

Victoria Eriúgena se ha emperrado en la idea del cansancio del mundo. ¿Cómo no? Si muchos mantienen el punto de vista de que el mundo es o alguna vez ha sido joven. Pero lo que en otros es metáfora cronológica, en Victoria es predicación más que real. Al cosmos le han salido canas, sus músculos no tienen el mismo vigor ni mucho menos y, en general, ha decaído en su ánimo. El ánimo es el alma animal del mundo, asevera la pensadora, y en este tiempo se encuentra en retirada, buscando ese lugar que dicen de los elefantes cuando reconocen el finiquito. Dentro de una interpretación objetivista no cabe argüir contra Victoria, aunque también quepa pensar en que el mundo se apercibe diferente merced al ascenso estival de las temperaturas y al influjo que este fenómeno ejerce en sus portavoces señalados.

Fleur Jaeggy. Aire de familia con Th. Bernhard, que no sé cómo tomármelo..

Wilcock. Borgeando. Algunos buenos momentos en El libro de los monstruos. Como verbigracia el final: la fea humanidad como arquetipo del monstruo. Wilcock escribe, también en La sinagoga... como un ingeniero desolado.

Vitoldo Rodolfo, godo pampero, ha logrado cierta cantidad de paz en esta humilde estancia do mora circunstancialmente, si es que estas cosas se pueden tasar según medida. Alma y máquina, la misma cosa son. A eso se atreve. A las dos se valora por el trabajo rendido. El cuerpo es otro asunto, una gracia o desgracia de origen desconocido, caído en suerte e inimputable. Al cual se acogen los seres con el fin de abrigar la ilusión de que hay algo más que fantasmagoría, un fundamento o un espesor de fondo que sustente una modesta alegría.

Hemerotecas

Aparte moralidades y legalidades, las figuras del chivo expiatorio y el ostracismo aplicadas ahora al emérito (el rey, no el Papa) sí que constituyen un espectáculo deprimente en esta tierra y este momento. No aprendemos y lo pagaremos muy caro.

El mundo se divide entre los que veneran a Wilcock y los otros.

Viajes. Libros. Renuncias.

Una tonta costumbre nos hace lamentar los días sin escribidura, como si fuesen anticipos de algo, o de nada.

Hemerotecas

En los Bioestados, soberano es quien tiene el poder de confinar al gusto.

Jaroldo Diamante, godo cordobés, mira por la ventana las nubes que retiran la lluvia imprevista, y piensa en los miles y miles de años pasados. Está él, dentro y en silencio; luego, la ventana con la mosquitera, las ramas de los árboles y el poste de la luz. A lo lejos, las mentadas nubes; abajo, la ciudad soñada. Miles y miles de años. ¿Qué saben las hojas de los árboles de pensamientos y ruidos que hienden la calma desde la carretera cercana?

G., sierra. Tormentas de verano. Que el agua lave las ideas.

De un invento sumerio

Primero vino la contabilidad, después las mentiras, y como un refinamiento final la estadística, la poesía numérica al servicio del Estado.

Hemerotecas; castillos de estados

Caído el Estado (y a fe nuestra que se oyen los crujidos del derrumbe), caerá la Federación. Delenda est Europa. Cosas de Espénglerez.

Kant y el burrito salvaje

Si los ciudadanos llegasen (eventualmente) al nivel de onagros otro gallo les cantaría. Espénglerez dixit. Tal es la única democracia admisible: sociables-insociables, añade.

El ánimo en lo hondo del valle. La humanidad debe dar gracias al logos y sus contrafácticos.

(Hace diez años SE ganó un mundial de fútbol.)

En pintores flamencos de segunda fila, favor de aceptar la antítesis, encuentra Espénglerez la representación exhaustiva de lo horrible como real posibilidad de la vida humana.

Por el monte las sardinas. Tal la verdad in politicis.

Las preocupaciones de un padre de familia. Siempre. Páginas de J. Diamond: sobre australianos y neoguineanos.

À la plage. El mar es un descubrimiento para los pequeños. Cándido es un sentimental. La visión del mar aleja las ideaciones inconvenientes.

El pensamiento es una posibilidad antropológica horrible. Representa y anticipa todos los males, si es que no los constituye. En la naturaleza bruta no hay mal, sino un ser neutro. Piensa Cándido para sus adentros.

Un viaje. Los viejos pánicos.

De la entrega al olvido,
Así se pasan estos días.
Se pasan, no los pasamos.
Los acontecimientos son de otros.
El cuerpo es muy frágil.
Es el que manda.
El alma es su impresión.

Domingo. Calor. Lectura al mínimo, culpable.

Seguramente las mónadas fruirán en su autosuficiencia plenaria, innecesitadas de ventanas, se confiesa Cándido el Magnánimo, mientras mira a la calle (los viandantes, los vehículos) desde el saloncito del primer piso en el que mora y forja su carácter. Medita en las palabras, en sus tenues ligazones y en si podrían ser cimiento de algo verdadero. Disperso como está, el mundo (el suyo, el único) no quiere renunciar al encanto de la unidad. Las cosas se atraen en su lecho de voces.

Cuando menos te lo esperas te asalta K.

Espesor. Aunque siempre se espera que de la torpeza y lentitud de la materia emerja milagrosa la claridad de la forma.

Hesiocles Jeremías Gamón medita, mientras repasa el lomo del gato en el portal de su casa en la tarde calcinada, etcétera, en que las personas que miran demasiado al cielo acaban olvidando mirar dentro del corazón. A desarrollar tal idea ha dedicado un folleto que ha escrito con el título de Metafísica cordial. Natural de Almedinilla, oscuros avatares políticos le han llevado a la comarca. Así que se ha convertido en un varón prudente, que entiende que se habla demasiado, que olvidamos la sustancia, la única e impertérrita. No niega la amistad, pero le traza límites.

A lo cual objetan otros trayendo a colación el denominado principio anantrópico, que es como decir que a qué tanta presunción de privilegios en un sitio tan mediocre como este córner del universo.

El diletante acaba borgeando.