22 de julio de 2020

Hortensius Ginóbile, de ascendencia italiana por parte de padre y lituana, obviamente, por línea materna, se crió no obstante a caballo entre Bs. As. y Chicago. Por eso fue sorprendente cuando en su madurez recaló en una pedanía de Zurgena, la próspera y milenaria. Deseaba escribir allí su obra largamente intencionada: un tratado acerca de la ciudad y sus reglas, en línea con lo que el maestro venerable había estipulado ab antiquo. Salió al cabo un opúsculo, De urbe constructa el título, en el que Hortensius G. fundaba la cimentación de las ciudades en el crimen arrogante y absolutamente desvergonzado. Ninguna estructura cristalina surgió nunca de otra base moral que de la repulsión y el dolor. Esto, que lo mismo quería valer para el universo inhumano, trasladaba una luz muy sombría al deambular de los hombres y mujeres de la comarca, condenándoles a un empeñado olvido de las faltas primigenias y a la menesterosidad de, primero, sacerdotes y, con posterioridad, psicólogos colegiados. Así de cruel es la existencia cuando no te dejan mirarla inocente. En las treinta y dos páginas del cuaderno desplegaba el filósofo está y otras máximas deprimentes y contrautópicas.

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