31 de agosto de 2006

Fotografías

Cuando no se tiene un álbum familiar cuesta justificar su uso. No sirven de prueba emocional, lo que más bien facilita su misma ausencia: palabras no dichas, recuerdos inexistentes, una guerra no combatida y una postguerra muy cruel. Tengo mis propias víctimas, sin conocerlos: podían haber sido dos muchachos sanos, alegres. Ingenuos o sabios, eso da igual. Tengo por cierto que cualquier relación de vidas posibles, frustradas, se queda en la arbitrariedad, como algo insatisfactorio. Recuerdo más bien esos sentidos, esas vidas (aunque más bien es una resonancia, una carencia o una intuición), en aquellos momentos que dedico a pasear: sospechamos de esas construcciones en ruinas, como si ya fueran de la montaña y ahí mismo pudiera estar parte de la respuesta. A mí me parecen esas imágenes fragmentos de la totalidad que se busca, en cada caso, a veces sin saberlo: fotografías no hechas, enunciadas y más plenas de contenido al quedar abiertas.

Un lugar

Querrías fijar lo que escribes en un paisaje amado, en una habitación tranquila, que contiene todos los olores pertinentes. Una limpieza demasiado neutra, al modo del aire que atraviesa la casa y no se queda en ella, impide quizás la puesta en marcha del recuerdo (como empezar a hablar, en la vida o por la mañana). Estoy pensando en un olor a tierra, un espacio pobre e inocente. Aunque tú no lo eres (¿lo eras?) y conoces desde el principio el desagradable aparejo de lo escrito: una timidez convertida en soledad. Lo único que comprendes es como al pasar, o cuando doblas la esquina y no te vuelves: no te pertenece adquirir un significado redondo de lo vivido, que para ti consistiría en ese polvo que acaba asentándose en los muebles de salones cerrados, otras veces vividos y limpios. Reducir las risas, el calor de los cuerpos, a silencio y regusto de polvo: tal puede ser el contenido de lo que alguien escribe, aunque el motivo que lo dispone a escribir pueda ser justamente el contrario.

30 de agosto de 2006

Autoficciones

Un pensar histórica, social e ideológicamente orientado tiene la obligación de elegir sus principios. Accede a ello como podría acudir a un supermercado, con la misma naturalidad y falta de compromiso: para irse cuanto antes a casa. La persona de ficción que se entrega a la emoción vacía de opinar podrá conocer, luego quizás, el valor enorme que su testimonio, en la medida en que concede todas las pruebas necesarias de no verdad, posee para los historiadores. Estos quieren dedicarse -no lo manifiestan en sus ojos pero sí en sus bibliotecas- a la revisión pormenorizada de los precios del saber, sea como genealogistas o como terapeutas, según los artículos que cada cual ha puesto en el mercado. El artículo en cuestión, el de cada caso, es encasillado y ése restará su único significado para la interpretación cultural posterior. Así se retrata la diferencia entre el Libro del desasosiego pessoano y aquella escritura que no acierta a comprenderlo o que incluso señala pros y contras.

Duties

Separados del grupo, del espacio parco de la ciudad -ahí teníamos miradores excelentes-, empezamos a desplazarnos por los alrededores. Así salimos del agua fresca, de la sombra y una tranquila amistad que era la misma de todos los años. Quien no teme al calor es capaz de inventar lenguas, como sabéis: le basta con dar un nuevo acento a las palabras usadas, que al final acaban sonando distinto y siendo palabras diferentes. También puede convencer a algunos otros y comenzar a edificar una nueva ciudad no demasiado lejana del emplazamiento de la suya, la primera. Todavía no es un héroe, sino alguien que se ha atrevido a dar un paso más: se convertirá en un héroe o semidiós cuando empiece a trabajar el sentido del olvido, puesto que el vocabulario de la nueva lengua se enriquece, pero no pasa lo mismo con la memoria. Nace así, con la ambición mayor, un prestigio nuevo y, con él, el sentido para establecer diferencias. Esto viene a la conciencia, que no puede evitar sorprenderse, al creer que algo mágico se encierra en todas esas novedades: nuevo hogar, otra lengua, y un olfato para la distinción que tiene que satisfacerse en objetos de lujo, en lo que es sólo mío, tan exclusivo que sólo es para mostrarlo en la trastienda y a quien yo quiero. Luego, lo guardo de nuevo: para disfrutarlo en soledad, ese espejo de mi propio valor, infinito y sediento. El azar podrá cruzar el camino, si no se trata del mismo anhelo por salir del poblado de siempre, con el de aquél que traza signos en una piedra y conoce que ahí, en ese gesto, puede encontrase alguna utilidad. Quizá la de narrar lo que se le resiste a la memoria una vez que el gusto por los viajes se ha puesto en marcha. Esto es, una vez que el animal tranquilo conoce su dignidad de fundador de ciudades: las obligaciones políticas procederán de los intentos logrados de domesticación del espacio. Dentro de esos límites somos libres, pues las barreras nos pertenecen -la cerca de la ciudad constriñe tanto como la cadena en el cuello, o el reloj de oro-, y tampoco se nos ocurre pedir más, al saber que somos mortales. Se trata de algo que no ignora el ambicioso, pero que se atreve a recordárselo el humilde escriba.

28 de agosto de 2006

Lexis

Se pide desprender todas las informaciones de cualquier pretensión de autoridad, una firma que corresponde a un hombre, que corresponde a un crédito y una responsabilidad: se asimila la información a la opinión, el hecho a la emoción. En un océano de palabras sedicentes, responsabilidad es una más, y se pronuncia entrecomillada (denotación, connotación, mención). ¿Quién no quiere el riesgo de contrastar lo dicho? Yo, tú, todos. Se olvida que la máxima libertad será el mejor ambiente para cultivar la autoridad, pero ya no más sujeta a leyes: tendría la voluntad que estar presa de sus palabras y no de su huecos (lexis, lex, flatus vocis), algo que le resulta imposible a quien ha dejado de sentir la tarea de vivir como propia, inenajenable.
(Así que mejor estar alienado, estúpido y casi para que te encierren. Aunque la felicidad y los viajes de placer se aproximan bastante.)

Auctoritas

I.
La escritura electrónica plantea una cuestión que no debe ser nueva, que será tanto más importante si nos hace cobrar conciencia (¿a quiénes?) acerca de la lentitud y tendencia a la repetición de los acontecimientos en el suceder histórico. (También parece cierto que una progresión que no aproxima su velocidad a la de los instantes siempre renovados puede prescindir de un exceso de celo individualista.) El acto de escribir, si no queda limitado a los apuntes privados, momentáneos o críticos, requiere alguna forma de legitimidad y ésta tenderá a asumir la forma de un reconocimiento social, antes de que tal práctica textual sea efectiva y masivamente demandada. La dificultad de establecer la relación entre novedad y demanda no se debe, por otra parte, ocultar. La escritura electrónica solicita, creo, su propio público de lectores: quizás un género nuevo de lectores, fuera de la búsqueda funcional de información y de la satisfacción religiosa o placentera que orientan la costumbre moderna del libro. Cabe preguntarse, al respecto, sobre las calificaciones privadas (no un biograma sociológico) de las personas que participan en el juego. Sabemos que ésta no es la palabra adecuada, dada la generalización del fenómeno (como el interés masivo por los deportes no constituye un juego, aunque pudiera arrancar de alguna forma del mismo), aunque no tengo claro cómo se debe denominar una costumbre que ocupa el tiempo excedente, no laboral, aunque sí tiempo de vida, que de esa forma se vuelca en el mismo medio de transmisión y almacenamiento de información, hasta un grado desconocido: el vicio del libro queda, tópicamente, para ratones de biblioteca y otros especímenes raros.
II.
Un ser de ficción, vaciado de casi todo, se refugia en la inventiva momentánea e inmotivada: encuentra así la autoficción. La solución histórico-literaria tiene bastante éxito, teórico y práctico. Basta con mirar la difusión del término para este tipo de textos (no simplemente narraciones), cuantificable en el mismo medio informático para el período de tiempo que se desee. La venta de libros que pertenecen a ese género difuso confirmaría esa misma tendencia.

27 de agosto de 2006

A-teología

Privado.
Destruimos a los padres o somos destruidos por ellos: de forma natural opinamos esto último, pues ellos normalmente no pueden responder. Resulta más sencillo pensar que se nos debe, dejando la respuesta para los otros, puesto que les pertenece la culpa, la deuda. Además de ello, mediante la compulsión interpretativa espesamos demasiado los acontecimientos, hasta hacerlos desaparecer, de manera que se acaba escribiendo -sin querer- lo que no es.
Público.
Caballero Bonald, La costumbre de vivir: percibo ahí la literatura como síntoma, si es que alguna vez había dejado de serlo. Más que reflejo, aviso de una enfermedad de la cultura que puedo entrever en al menos dos aspectos: la desaparición de la persona privada, de manera que transparece demasiado el personaje del pícaro; con arreglo a ello, el personaje público se acomoda con excesiva facilidad a las expectativas -progresistas, socialrealistas en el fondo- de la época. La valoración de la cultura europea me parece ya un signo suficiente: Nietzsche como retrógrado. Porque entonces no sé como denunciar toda esa grisura amasada por el franquismo.

Escritorio

La felicidad debía ocurrir en un lugar pobre pero mío. Casi veinte años y no puedo mejorar el contenido de la imagen y lo que rodea la imagen: la habitación vieja -aunque no era realmente una habitación-, la puerta que utilizaba de escritorio y librería, el sofá desechado que me servía para descansar. Lo más importante del contenido de la imagen, devuelta por un instante, son los entonces vivos y la obligación de reembolsar la deuda: en el cúmulo de acontecimientos que se entregan a la interpretación y el error posteriores corresponde a veces el lugar de la víctima -cuando las significaciones encontradas se invierten sobre el que las equivoca, y empiezan a devorarlo. Otras veces no está de más reconocer el papel de verdugo, a una escala modesta: desencuentros, incomprensiones, abusos...

26 de agosto de 2006

Gracia

¿Por qué esas metáforas prestigiosas: burbujas, globos, espumas? ¿Esferas? (Sloterdijk). Se intenta buscar un nuevo relato, o más bien la forma de un nuevo tipo de relato en el que quepa la disolución de la individualidad: su licuefacción, ficcionalización o vaciedad, el carácter efímero. Cuántos adjetivos a cuenta del fin de la modernidad (edad, época, era)!
Las figuras tienden a ordenarse alrededor de una presencia que se juzga que desaparece, disponiendo el espacio como imagen del discurso, tanto las relaciones como lo que ahí sucede. Aunque no sabemos qué es lo que sucede ahí, ni cómo se puede ligar la desaparición temporal de las cosas a la posición del espacio ante los ojos: así que las cosas se van cuando la extensión que ocupan pasa a primer plano; pues la geometría siempre quita, las cualidades de la emoción o las realidades mismas.
Hubo un tiempo (!) en el que cambió de sentido el progreso. Por lo menos se adoptó una perspectiva diferente acerca del avance, se creyó que no se trataba de las palabras correctas, a las que se otorgaba una connotación demasiado positiva. Hasta la misma crítica se había vuelto positivista: orden y progreso ondeaba en las banderas nuevas de un mundo recién independiente. Dispuesto entonces el tiempo ante los ojos, se vio con horror el espesor de la vida moderna: la multiplicación infinita de las individualidades (esa gran conquista se había vuelto vulgar), la masa o las masas, las muchedumbres; hasta la locura se desplazó de los hombres en singular. El horror y la guerra se hicieron de grandes números, tarea de epidemiólogos (en lo que habían venido a parar los estadísticos: al resolverse la modernidad política en crimen de masas, como una extensión oceánica del mal).
No nos podemos salir de la imagen: construida al hilo de las formas de la intuición, determina todo el saber (y así lo vuelve frágil) sobre la condición interpretetativa de todo lenguaje. Incluso peor: puesto que las pequeñas interpretaciones, desplazamientos, metáforas, acaban dando al conjunto una impresión inequívoca de falsedad o mentira. ¿Un gran relato? Una gran mentira! Si yo no me salvo, sé entonces de mi condición de víctima. Desde antes sabía que muero; ahora conozco las palabras como cadenas del corazón, encerrando ellas el hueco de una idea.
(Por lo tanto: un autobiógrafo que renuncia al significado se impide contar. Tiene que limitarse a fragmentos, escenas.)

Lo pequeño y lo grande: perspectivas

Caemos en el error al interpretar gestos, acciones y palabras de los dos o tres últimos días. Entonces, vamos extrayendo un significado muy precario de los distintos tramos de experiencias: la vida como un tejido demasiado inestable, construido de la multiplicación de los errores. Los sucesos se suman a los sucesos, la comprensión actual a la anterior: la escritura se rompe -corresponde al olvido- una vez que se es consciente de la anterioridad pre-comprensiva de lo vivido, incapaz de asentar sobre ella una explicación cierta. Sólo bellas geometrías conceptuales, cuya hermosura sobrecoge: o su quiebra, al observar que también son vulnerables a la opinión crítica. Queremos creer, en ese momento, y así se lo participamos al otro, que las ruinas son sublimes. Buscando la razón quizás sólo nos atrevamos a considerar que constituyen un espejo más adecuado, fracturado, roto, dando la vera imagen de la línea del tiempo: al que sólo conocemos en las fallas de la memoria (lapsus, olvidos, culpas...)

24 de agosto de 2006

Lo otro, de nuevo, ficción

Una de las tragedias de la conciencia consiste en proyectar meticulosamente en los demás aquello que más se temería en uno mismo, que no se tendría más remedio que odiar.
Se descarga la ambición torpemente en la envidia: desfigura el sentimiento correcto del amor propio a través de los peores remedios, el odio al bien y la alegría por el mal.
En otro sentido, suelen darse víctimas imprevistas de las proyecciones, en aquéllos mismos que las efectúan.
La acción que repite de manera obsesiva el pensamiento o la imagen (su provecho, mi temor, la manera en que me perjudica, en que a sí mismo se perjudica, la misma riqueza que me abruma, la odiosa sonrisa, pues yo no puedo mirar ese espejo...) acaba llenando los días de tedio, matizando las horas de un gris que sólo deja moho para el corazón.
Conociendo la distancia que mis palabras ponen frente a todo lo otro, y sabiendo esto sé también que soy pura razón, podría intuir, si me lo propusiera, por qué cualquier acto autobiográfico pone una máscara sospechosa en la cara de lo escrito: pues yo ahí -en el texto- no veo el espíritu sino un rictus que me llena de temor.

23 de agosto de 2006

El otro, el extraño

Te distingue la posibilidad de la palabra y, a causa de ella, la posibilidad de relación: el conjunto, la ciudad y sus límites. El lenguaje vuelve sobre ti, autorizado para hablar y sujeto (realidad activa, no súbdito). Al hacerlo puedes desplegarlo, a tu vez, sobre la ciudad: el paisaje, las construcciones, los hombres. Lo dicho no eres tú, o no sólo eres tú, sino el mundo: tú con él en un sentido radical.
Asentadas las categorías, pues, pueden venir a ofrecerse los bellos discursos sobre uno, afirmando la justicia de sus actos o la del Hacedor que trasciende, orientando, sus actos. El individuo consciente vive en una ciudad de la tierra o en una ciudad del cielo. Es difícil que habite en algún lugar intermedio, hecho de alguna materia entre el plomo y el fuego. O el amor o la muerte.
¿Cómo no distinguirse por aquello que le califica? Ve su razón, la vive como propia y la desconoce como ajena: tan bárbaros los argumentos que no le conciernen a él como su fuente, tan bárbaros, digo, como los cuerpos extraños. El primer hablante conoce la ausencia de patria, y deposita allí al extranjero.

22 de agosto de 2006

Nada, todo, ¿siempre?

Conviene no creer demasiado en el automatismo que va desde la fundación de las características de la conciencia moderna hasta su condición criminal: el margen del delito o la masa totalitaria. La libertad de reflexión abre, en efecto, un espacio. En un extremo, se puede hacer concordar el máximo poder de abstracción matematizante con el crimen de estado: el siglo pasado no desconoce esas apologías (disculpas, of course) de la totalidad; los estados nunca fueron enemigos completos de sus científicos, sí de sus filósofos. Las conciencias agradecidas supieron reconocerlo y actuaron en consecuencia.
No es nada más que un extremo, hasta ese lugar no es frecuente que lleguemos: los textos, también los relatos orales, tienden a mostrar una mirada y una voz que se limitan, reconociéndose ahí la dureza del trabajo que requiere un saber del mundo, puesto en palabras (ya que la poesía, o la música, pueden deformar el rostro de los dioses; desafiarlos como con el fuego que se les roba: el dios puede soportar el esfuerzo imitativo ejercido por los seres humanos, pero no quiere, a su turno, ser el imitador de un ser mortal). El solus ipse alcanza, envuelto en palabras, en textos abiertos a una interpretación siempre renovada, unas maneras ético-políticas que no se alejan demasiado del carácter de los hombres sabios, aquellos que aristotélicamente son... como los hombres sabios, y por lo tanto anteriores en el tiempo, puesto que no pueden serlo en la prudencia compartida, en el modo tolerante de sus juicios.
Destinadas las letras a la muerte, como las miradas, recuperada a veces (falsamente) la máscara, no queda casi más que el consuelo de pensar en la coloración emocional de todo acto de conciencia: así, el mundo del hombre feliz es radicalmente distinto del mundo del hombre infeliz (Wittgenstein), sin añadir ni quitar nada más que el punto de vista. Entonces, ¿qué es un punto de vista? ¿El acuerdo provisonal con una tradición?

Duda, Caballero Bonald, Cernuda

La conciencia, inflada después, nada más que después, inmediatamente de retirarse, puesta por sí misma frente a Dios y al Mundo; si es que no atrevida en todo e idéntica a toda la realidad, igual al ser divino en dignidad y conocimiento.
La duda sella el inicio de su ambición que lo quiere todo, conocer lo mismo que desear, y concretar el deseo en posesión: también inmediata y evidente. Qué fácil resulta leer, ahora, en la meditación primera -por metafísica-, el fundamento de una libertad práctica identificada con su capricho y sus ocurrencias. De ahí el salto a una política de la conciencia voluntariosa, hasta la falta de límites -pues no los quiere: el desprecio de las palabras del otro, la burla, las bromas; la imposición civil del capricho o la pura ignorancia.
Así que yo no me sorprendo tanto de que la gauche divina -parisina, catalana o madrileña- culmine sus ambiciones democratizadoras en la extensión de la mediocridad y el tedio: pues el que desprecia, el esnob europeizado, constituye el sujeto perfecto en sus calidades individuales de una ciudad multiplicada, masiva, un reino de la cantidad. Un reino abierto ahora a la ganancia de una escritura en marcha, de la que todos pueden ser partícipes porque nadie puede realmente actuar.
El que quiera leer -un ejemplo-, que compare el proyecto memorialístico de Caballero Bonald, que no da mayor importancia a la fidelidad, y que es admirable por el justo atrevimiento paralelo -sintomático- de plantar una conciencia cívica ab initio, con la recreación de Luis Cernuda en Ocnos y Variaciones... El que escribe es un hombre, la persona que hablaba también; la única narración deshace cualquier hilo posible de contenido y sentido: la belleza entera de la e-locución destinada a la desaparición mortal, según un creyente platónico.

21 de agosto de 2006

Escritura, verdad, teatro

¿Una forma tardíamente ilustrada? La escritura en marcha, al alcance de todos; en el pleno sentido teórico-práctico: digo lo que reflexiono, y puedo meditar sobre todo aquello que digo. (¿En algún lugar parece literario? ¿En qué momento?)

Un ejemplo: pretender salvar el lado referencial, comprometido con la verdad, de cualquier texto autobiográfico, recordando el compromiso pragmático, ético, amoroso (o lo que sea) del acto de decir (hablar, escribir...); el arraigo antepredicativo de todo texto-producto en una misteriosa definición de la persona como sustancia-relación (pues tú siempre estuviste aquí, en mí), todo esto no deja de ser una astucia académica. Esto no es jugar limpio, como podría pensar alguien que se inspirara en el sapientísimo Kant (ilustrado, prudente): si conocemos el engaño de y en lo escrito, la mixtura de aciertos y errores, imposturas y sinceridades, no podemos permitirnos, de buena fe (pues con esa buena fe hemos sabido que los textos engañan), suponer detrás de todo (antes desvelamos, pero no tenemos ningún problema para disponer nuevas cortinas y descorrerlas: tan fácil es jugar con la verdad y la etimología) una intención purísima, agazapada detrás de las intenciones manifestadas, Dios mío!, en actos que a veces hasta parece que son ejecutados con maldad. Ah!, el viejo zorro de Rousseau, excusándose del pecadillo para no expiar el Mal. Todo arranca de un engaño: no debimos creer en la rotunda autotransparencia cartesiana, redonda hasta hacerse presencia maciza. Pero si en el teatro no había nadie, si las puertas estaban cerradas!
Ahora no es fácil, nunca lo fue. Pienso en el jinete de Ocnos, atrapado por la tormenta, montaña abajo. Después, una estación transfronteriza recuerda a Luis Cernuda el retorno de la vida, o de su posibilidad, cuando observa a una madre con su hijo. (Aquí no nos queremos fiar de la memoria. Más nos vale.) ¿Cómo no pensar, entonces, en la animalización devuelta a la vida de los pueblos: montaña abajo, el caballo y el jinete, el cuerpo y el alma? Restaurar la tranquilidad es el cometido de la cultura: una pequeña estación que acota el espacio, lo domestica, en otro lugar. Parece una pobre utopía, para quien ha tenido una, la infancia, a cuyo encanto sólo puede acceder la memoria presente sabiendo que se le escapa. Se le escapó la primera vez que conoció el tiempo, intuido, material, puro. Siendo tan pobre, representa todo, no obstante: pues la vida de Cernuda culmina en pobreza, en nada (material). De esa nada viene, sin embargo, el todo del lenguaje, la memoria enriquecida. En ningún momento nos hemos alejado del conocido esquema del conflicto entre naturaleza y cultura (¿de veras conocido?, ¿comprendido?). A la historia pertenece la posibilidad de volver salvaje la frágil dialéctica del amor y el odio... también haciéndola gris, llevándola al aire de un "capitalismo de ficción", que disuelve la identidad en humo.

20 de agosto de 2006

Autós

La broma, ¿forma básica de relación? ¿Por qué no la vergüenza? De no estar, de no llegar y no ser, de las palabras y el silencio... Pienso en la interrelación, en una construcción enredada de la subjetividad, en tramas sucesivas, superpuestas o enredadas, toda una maraña, en fin... Cuando las palabras circulan por sí solas se puede creer, efectivamente, que todo acaba en el sueño, el chiste, la broma: la locura de los términos, la simple locura del pensamiento espontáneo, tan próximo a los estereotipos del pequeñoburgués... Quizás no tanto, el pensamiento en la frontera, en la frontera del pensamiento.