30 de septiembre de 2006

Remedio soñado

I.
Un tónico contra la repetición de gestos y pensamientos.
II.
No man´s land que termina en tierra devastada.
III.
Las ideas, en sí o surgidas de cabeza humana, emprenden una marcha irresponsable, desatenta a las consecuencias. Las reglas de la lógica son claras, pero no pueden nada contra la voluntad de no escuchar, esa estupidez infinita y providente (cfr. Flaubert).
IV.
Los instintos agresivos, de territorialidad o sexuales, se habrían refinado en el amor propio que se niega a ilustrarse. De ahí el atractivo de toda reivindicación metacrítica, que ordena mirar el contenido de represión latente en las formas de saber y poder liberadoras (cfr. Foucault). Como la hipótesis de partida exhibe con orgullo su amoralidad, tampoco se deberá confiar demasiado en las tendencias teóricas hacia la liberación de la liberación. Desconfiad de las ansias de renovación espiritual, de los fáciles diagnósticos que dicen decadencia porque ya están oliendo la sangre.

29 de septiembre de 2006

Sujeto: conciencia, deseo, acción

I.
Casi todos los acontecimientos físico-químicos que suceden en el cerebro son despreciables, y no apuntan a ninguna relación comprensible con la conciencia. Los acontecimientos y objetos que conforman las redes neuronales, toda esa maraña, no dicen nada de las lágrimas posteriores que lanza el alma juvenil y romántica sobre las páginas del libro, ni de los deliquios y desencuentros del amado con la amada, en el lugar del fuego helado postracionalista.
II.
Las historias posibles se reducen a un constante caer en el mundo: una empresa que conduce al héroe clásico al ridículo, incapaz de disponer sensatamente los eslabones de la cadena, los hechos en su orden aceptable (North by northwest); que devuelve al ser ridículo con el papel renovado del héroe neoludita y antihomofaber (Mr. Hulot en Mon oncle); que prestigia las tentaciones comunes de boys and girls a través de una dialéctica absurda de los sentidos negativo y positivo de la libertad (el muchacho y la vieja dama de Harold y Maude).
III.
Caída y aventura, lo sido y lo que ha de/debe ser, forman el marco transhistórico de la posible sistematización de las funciones narrativas. La estructura de la acción, la nomotesis del filólogo por fin científico (enhorabuena!), arraiga en la experiencia interpretativa que concibe la vida humana como falta y salvación posible, señalando hacia la trinidad santa de fe, esperanza y caridad o hacia su negación, individual o histórica.
IV.
En el mundo se congrega un cúmulo de entes finitos: conocen, deliberan, participan en las actuaciones. Calientan el sueño, infinito, con el alcohol o la religión: la fiesta.
V.
La modestia de esta autonciencia, un saber humilde casi de chinos, da su magia de instante a las vestiduras del siglo: el ciclo de las estaciones; la renovación sobrenatural de una juventud aceptada por el Consejo de las personas maduras.

28 de septiembre de 2006

MerryGoRound

I.
Al doblar septiembre, queriendo ver su fin, un aire dulce, venido de la fiesta, se desparrama por entre las calles del pueblo.
II.
Se adormecen durante unos días los huesos descoyuntados de la vida en el trabajo, fugada interinamente de la Europa de los ingenieros de sus almas, convertidos al marketing: sus objetos son tan defectuosos y caducos que sólo sirven para ser vendidos.
III.
La ingeniería financiera constituye un delito: éste representa la mala conciencia de una fusión aparentemente definitiva entre economía y fabricación, el engaño de la primera enmascarando la pacotilla industrial-masiva.
IV.
Un mercado de intercambio de todos los valores es lo que se merece la vieja Europa. Confortablemente podrá volver el individuo a la tribu, a la sumisión.
V.
Si hubiéramos emprendido el programa kantiano de ilustración justamente al revés, no lo habríamos hecho peor/mejor.

27 de septiembre de 2006

The 68´s: Crisis? What crisis?

I.
Homo navigans: una no generalizada, quizás no muy afortunada denominación para el sujeto de la transformación hipertecnológica. El Homo videns de G. Sartori señala un paso breve en el salto de la Galaxia Gutenberg de McLuhan a la Galaxia Internet de Castells.
II.
Pensemos en la banalidad del televidente, en la pasividad de una situación en que la imagen marcha directamente hacia el ojo, en lugar de dirigirse el ojo hacia la imagen y descodificarla, que es lo que exigen las imágenes del libro, un tipo de figuraciones simbólicas que obligan a la interpretación y, para ello, el conocimiento adecuado de la lengua de origen. La TV, al contrario, envía una imagen y detrás de ella la palabra que la comenta, que puede ser la única significación admitida. El experimento del no comment, de la nuda imagen, se queda en una broma de esnobs cultivados que han encontrado un lugar de beneficio en la TV.
III.
Pensemos en la pluralidad de los estímulos internáuticos: texto, imagen, sonido, otros lugares con otros textos, imágenes y sonidos, y así sucesivamente. No está claro que esta multiestimulación produzca un individuo más digno o más sabio, capaz de reemplazar del todo al individuo cultivado en el trato de los libros. Esto último es una frivolidad de pedagogos, los seres más frívolos. Resta, no obstante, el valor de la decisión que se debe suponer al ser anónimo que se enfrenta por sí mismo a la red del saber infinito posible, llevando sus propias cartas. Nada que ver con el gordo telespectador, capaz de paladear la nada, y repetir.
IV.
La voluntad se tropieza, de todos modos, con escasas oportunidades de originalidad: Homo navigans, una ocurrencia afortunada, la lumbrera de un instante... pero ya está en la red, aunque no mucho, y posee su autoría.
V.
La comprobación -la búsqueda de verificación o contrastación- de la novedad poético-metafórica, una vez que todos los libros estuvieran digitalizados (las metáforas mueren en las bibliotecas, en el olvido del que las sacan en algunos siglos los pobres eruditos), podría esterilizar cualquier esfuerzo lírico, secar del todo los lagos románticos, tan llenos de las lágrimas sin igual, de los yoes, los únicos.
VI.
Harold y Maude (Hal Ashby): contiene el mundo al revés, la inversión del deseo pobre que alimenta la american way of life. Lo hace sin entregarse a la felicidad que yacía oculta, sepultada muy por debajo del asfalto, porque no la encuentra en un lugar olvidado, sino en la conciencia presente y evidenciada del tiempo transcurrido irreversible, en la figura de la mujer marchita, que guarda y no dice su propia tragedia. Un niño mimado, ultrarrico, sin la huella del padre que no tiene que enunciarse en ningún momento, entretiene su vida en el juego de la negación (suicidio, muerte). La disposición adulta de los lugares de la verdad, responsabilidad y provecho, aquellas formas de socialización madura quue llevan al matrimonio, después de pasar por el nihilismo militar, pertenecen a la fruta podrida del tiempo: así, a Harold sólo lo lleva a la libertad la sorpresa viviente de la anciana que juega, Maude, y que da la vuelta a nuestras expectativas: ella representa la "libertad de", la independencia, con la intención de que el joven mimado se aperciba del sentido de pura afirmación contenido en la "libertad para" autónoma, convirtiendo la negación que juega en la oportunidad única del tiempo, lo que se conoce como vida.
VI.
Mon oncle (Jacques Tati): contiene uno de los grandes envites, y no precisa hablar demasiado, a la sustitución de las formas de calor humano por parte de una sociedad productora de bienes de consumo inmediato. En su lugar facilita una beatitud empaquetada, a pagar en cómodos plazos. Es fácil reírse, sí, de la estupidez de los movimientos de los personajes, capaces de ritualizar sus pasos lo mismo que su tiempo. Eso lo logramos al ser capaces de no reconocernos en ellos: ¿cómo querer proyectarnos en lo que somos, si ya lo somos y no nos gusta? Tati envuelve la mímica en humor inquietante y que puede enfriar los ánimos, si éstos se prestan a la reflexión: no hacen falta las palabras, pues éstas se engalanan con bellas formas engañosas y huecas para acompañar mejor la estupidez de la organización, la burocracia y la cadena de montaje. No se habla, pero se señala: al origen del logos verdadero, aquél que hace venir a los niños y al que los niños reconocen sin maldad. Hacia esa voz perdida apuntan la belleza única de la casa ruinosa, los juegos de los animales, el carro de las verduras: la música anota encantadora que se trata de las ciudades pasadas.

26 de septiembre de 2006

Autumn´s Leaves

Septiembre
habla la amada
Claridad:
luz turbia
de una tarde
devuelta al orden.

Formularios

I.
La subjetividad se pierde en el dolor, el sentido del tiempo se pierde con el dolor. Vaciado del todo el tiempo, nadificado, es entonces cuando inventamos el sentido para la eternidad utópica.
II.
Una capacidad trivial para el mal, una banalidad acogida a las rutinas burocráticas, a las terapias médicas "más avanzadas", vuelve el rostro a la mirada que se abandona: ningún pudor, nada de vergüenza para después, si alguien no se lo recuerda (pero la ley es un flaco sucedáneo del interior). La afabilidad desaparece en los pasillos de blanco hospitalarios, como podría hacerlo en los lugares de crímenes masivos.
III.
Realidad y posibilidad se asemejan bastante: sólo tenemos que estudiar la historia.
III.
Cuando desaparece la piedad -y el perdón- no te debe parecer extraño el sonido mercantil de las palabras, tiradas al suelo igual que monedas despreciables. El blanco hospitalario cobra su forma más pura con las palabras mentirosas de los políticos que proclaman y bendicen el progreso, nuestro progreso, nuestra felicidad. La hipocresía engorda, se dobla, dejando por el aire la huella de un aliento frío, que no se va.

25 de septiembre de 2006

Georg Misch

I.
Cada individualidad reproduce la historia del cosmos, porque en cada ser humano toma forma la cultura. Estudiar historia implicará el deber de considerar la narración autobiográfica como una herramienta privilegiada de acceso a la cultura, a una pluralidad in-finita de weltanschaungs, de interpretaciones del universo.
II.
El nacimiento de un individuo contiene la obligación de un nuevo relato.
III.
Se teme, por encima de todo, la accidentalidad de una condición humanizada por su autoconciencia histórica de libertad y verdad: la reincidencia en el colectivo oscuro, en la masa religiosa.
IV.
La individualidad, que depende del Geist cristiano para tomar forma, hacerse mayor y emanciparse, se desprende como hoja muerta en cuanto se presta al re-sentimiento re-ligioso.
V.
Un yo re-insertado en la religión es una contradicción absoluta: si dios existe nada me está permitido: valgo sólo como cuerpo para el fuego o el campo de internamiento.
VI.
Un revival religioso, personal, social, continental, representa una farsa trágica.

24 de septiembre de 2006

Subjetividad

I.
El anonimato en la difusión de la escritura electrónica permite romper con la tradicional separación entre el argumento público y el insulto privado: la tolerancia expresa la forma de la argumentación respetuosa. El ocultamiento facilita una indeseable confusión de cuerpos y mentes, capaz de llegar a la violencia.
II.
La interacción democrática con el comentarista (la posibilidad abierta que tiene de entrar en un debate) no carga a éste con la responsabilidad de contestar con razones y sólo con razones.
III.
La decisión privada continúa siendo el único fundamento de seriedad de las expresiones: tanto para el autor primero como para los autores segundos, aquél que tiene algo que decir y aquéllos que tienen algo que decirle.
IV.
Existe la tentación de envolverse en la máscara y llevar la argumentación a un estadio vegetativo, silvestre: lo mismo en la escritura electrónica que en la escritura autobiográfica.
V.
Se elige, por pura voluntad, entre opinión pública y carnaval.

Máscaras

I.
Bajo un cielo frío, que no quiere ocultarse ni manifestarse: se pide a los ciudadanos valor y voluntad, para dar con la raíz de las relaciones (amor, amistad, ciudad); libertad y acciones que muestren su verdad o el error del riesgo: porque el mal es carencia, finitud que se volvería en bien añadiéndole claridad. Es decir, salvamos las obras equivocadas reconociendo la buena intención: otro acto de libertad, nadie obliga a hacerlo.
Sin naturaleza ni dios que nos resguarden (Homo sapiens, pero ¿por qué?) se concede el premio al buen resultado, se mira hacia otro lado (la buena intención) en caso de esfuerzo que se malogra, y únicamente queda desprecio para quien no se pone en marcha. Sin un dios se es más cruel. Ahora yo me pregunto por la razón de que hayamos limitado el sentido religioso de la existencia a la obligación del trabajo, la tarea de Sísifo.
II.
A un texto autobiográfico se le pide justamente lo anterior: la aplicación de un esquema teológico, no la vida de Agustín en la que ese esquema encarna, indisociando materia y forma.
III.
Fragmento de subjetividad: miro los tejados ruinosos de enfrente, el esqueleto de las casas viejas, desprovistas de la pared medianera. A esos despojos de construcción el boom inmobiliario adosará nuevas edificaciones. De esa forma, en el curso de unos años, los ojos cambian lo que ven.

23 de septiembre de 2006

El cielo en retirada

I.
Sobre el alma romántica cae la indiferencia, desterrado del mundo el prestigio de las naturalezas: una vez que fueran sustituidas por el objeto fabricado y multiplicado.
II.
El cielo se aleja o desaparece, conforme avanza el siglo, negando el valor de Uno o la Fe: afirmando el acto de negación (Marx/Nietzsche). Pero no hay ninguna intención reaccionaria en decirlo: la negación se contiene en el mismo sistema hegeliano que alumbra el nacimiento de la identidad de libertad y verdad. El sentido del progreso nace sabio y viejo, y se concede un siglo o dos para vencer la desconfianza de los incrédulos.
III.
Un hombre ya no se enfrenta al cielo desde la tierra, a un mar de niebla desde la cumbre de la montaña: tarea que queda para los bachilleres que aún no han descubierto la roña escondida en la belleza, que no han conocido la verdad. Pasea por las calles nocturnas y admira el espectáculo que la sonriente conformidad le ha plantado para su consuelo: nadie más activo que ese personaje. Ingenioso, también, al iluminar artificialmente las calles. Qué pobre entonces, por comparación, la verdad divina, íntima, alcanzada en una habitación sombría o en el dolor. Sobre esto se recoge el alma romántica y es lo que la hace inadecuada, patética, al tratarse de un gesto fuera de tiempo.
IV.
Así, se puede leer en la escritura autobiográfica la quiebra entre la juventud y la madurez, reproduciendo cada vez el conflicto fundacional entre Ilustración y Romanticismo: la religión de la niñez enfrentada al cachivache que se guarda en los muebles del comedor, sin preocuparse demasiado del polvo. El sueño frente al trabajo (economía, fisiología, sexualidad, bellas vestiduras).
V.
Durante algunos momentos la Ilustración se apaga: las pesadillas de ciertos cuadros (Magritte, De Chirico...), la maldad realizada por los gobiernos tiránicos (asistidos por una palabra desatada, violentísima, atea). A ese mal fascinante sólo puede responder la trivialidad burguesa, la soledad desesperada, el alcohol y la torpeza (¿Hopper?).
VI.
Siempre queda un lugar para el reencantamiento. Engrosados (globos, burbujas), dispersos (espumas), convertidos a las esferas de Leibniz, queda la duda de saber si estamos por encima o por debajo de la red. Lo que es importante para conocer qué posibilidades de interpretación o libertad están disponibles todavía: en verdad, la mosca dentro de la botella conoce que su mundo se ha estrechado en exceso.
VII.
Al convertirse la información en rumor, prólogo del ruido, preocupa una duda más trágica, acerca del valor de la exhibición de nuestras pobres palabras: olvidado quizás dentro de un tiempo hasta el mismo olvido. La hermosa individualidad grecorromana, derrumbada por la barbarie, necesitó un milenio para cobrar un nuevo aspecto. ¿Nosotros estamos dispuestos a morir para nada?

21 de septiembre de 2006

Conjeturas y miseria de la autobiografía

I.
Se propone, como vía de escape, la condición antepredicativa de una relación con el otro: primacía ontológica del Mitsein respecto al ser-en-el-mundo, de la amistad frente a la referencia. Como si se pudiera poner la polis por delante de las condiciones de su verdad.
II.
Aun así, nada garantiza el ascenso de la relación a la claridad del enunciado: el acto de enunciar, en lo que tiene de pureza infinita, se pierde en el camino. Nuestra su-posición expresa un deseo, la nostalgia de un pacto.
III.
(También podría querer las hebras de oro, en el lugar que ocupan las nubes: las veces que las ideas ceden su lugar a la materia visible y doliente, y ésta se entrega en presencia limpia y palpitante.)
IV.
Los actos privados contienen su propia reflexión: el texto su discurso; va un salto del gesto a la teoría, aunque se prefiere pensar en niveles de desarrollo o formalidad lingüística.

20 de septiembre de 2006

Imposibilidad

1. No podría entender nada sin suponer un diálogo en el que se discute el significado de los términos.
1.1. Para ti y para mí valen el cumplimiento de las promesas, la predicción del futuro, la capacidad de idear proyectos, la conjetura acerca de bienes y males, etc.
1.2. No distingo entre comprender y explicar: me contento con un saber a medio camino.
1.2.1. Dejo para después la decisión de considerarme sujeto u objeto.

Sin eco

Aquella voz arrojada: un relato vive si detrás se encuentra un gran personaje.
Aquí, el runrún de hormigas laborantes -cuando no circulan en un silencio de figuras en blanco y negro- acompaña sin problemas a los desaparecidos.
Para comprobarlo, nada mejor que las carreteras.

P.S.

  1. Se conoce la esperanza si se es capaz de desgajarla de lo trivial.
  2. La estructura de cristal de la proposición salva la simpleza del mundo de los hechos.
  3. La dignidad moral radica en el uso del lenguaje.
  4. Un principio práctico, el de veracidad, gobierna el sentido de verdad de los enunciados.

19 de septiembre de 2006

Abismo

I.
Arrojó su voz al fondo, a la hondura o la falta de ella.

II.
En esta sentencia moral, que contiene el resumen de una trayectoria individual o social, leo yo el destrozo de la voluntad santa, el derrumbe de la voluntad bella.
Hay, en primer lugar, alguien que relata, accidentalmente, porque está ahí; después, la posición del narrador, en retirada de las acciones comunes; por último, el autor, desplazado de todos los imperativos económicos y políticos, postneolíticos: divinizado casi en su asiento de escriba, emancipado y capaz del anhelo de la ilustración que venga.

Está, también, la misión divina y la tentación demoníaca del hombre solo, el llamado: vacilando entre el paisaje de dominio y el deber.

III.
¿Qué es el individuo sin la política, sin la religión, sin el arte? Letra muerta, olvido o silencio. ¿De verdad queremos los ritos en vez del logos? Esto sucede cuando el significado de una Historia se desvanece: la hipérbole de la duda resulta fecunda para la razón teórica, fatal para la práctica. No entiendo por rito la vida común que decide representarse en común, en intervalos de tiempo convenidos: más bien la repetición sombría, esclava. Da lo mismo que sea un dios o una factoría.

Ruidos

I.
La escritura acompaña el tiempo, sin más necesidad que la de los fenómenos que se le van pegando: porque se imagina su fluir como el de un río, en el que caen los hechos como hojas muertas, sin conexión. La vida, que no era necesaria, se duplica en un texto que tampoco lo es: primero, inmotivado; luego, sin orden.

P.S. Imagen, reflexión, eco: Narciso en el otro. ¿Tampoco se baña en el mismo río? Conocer el flujo es conocer que yo también fluyo.

II.
Contamos con las metáforas como si fueran monedas que se desgastan y pierden valor de uso. Aunque pensábamos en las cosas que valen (prágmata) imaginando que son monedas, para señalar el oro de su permanencia. Cuando las tenemos delante, doradas, presentes, se corre el riesgo de no escucharlas: olvidando que los hombres son fuente de valor.

III.
No se puede escribir en el silencio: se necesita la vida acompañando. Es decir: al final, la opinión pública y un autor que no se resigna a desaparecer.

18 de septiembre de 2006

Resnais en Marienbad: Vida y saber, la finitud de la reflexión

En la sala de los espejos: nunca pude concluir con ese mundo de pesadilla y sueño en blanco y negro, de estatuas muertas en el largo paseo, apenas un poco más vivas cuando se mueven por los salones. Los muertos deben vivir así en el recuerdo, cuando ya no queda nadie que se haga cargo de él: nunca una imagen mejor para un autor que desaparece que los espacios despoblados y fríos de esta noche de infierno. Pienso en una autobiografía que haya renunciado, desanimada, que tome las metáforas (prosopopeya, apóstrofe) como nada más que una falsedad segunda, una trama de figuras que prosiguen con la dialéctica inútil de la falta de verdad: en el fondo de esta experiencia alguien se atreverá a pedirla de nuevo.

... Marienbad, la cultura europea a punto de ser olvidada, doblemente, sin dejar rastro: lo recoge un yo progresista -Resnais-, pero ¿es consciente de ello?

Narciso

Se mira atrás, los años vaciados, en bloques: sólo se observa la estupidez, que es la facultad de los errores. Tan espesos que se precisa localizarlos en el cuerpo, al que pertenece la timidez: lo que quiere decir la falta de valor. Para escribirlo hace falta pensar que siempre ha de ser así: una vida o una condena, trabadas como lo deseable.

17 de septiembre de 2006

Fe y saber: la razón y las obras

Pour F.
De la materia, del cuerpo, se genera una hermosa subjetividad que va traspasando las épocas. Actúa unas veces con esperanza, otras con inercia, según el tamaño de sus creencias en ese momento. Ni el paso de los años ni el dolor consigue deformar su figura espléndida, desasistida de apoyo en el Sentido, sin más absoluto que la voluntad y sus aventuras. Esta forma le pertenece, un pensamiento sin certeza, que ella, agradecida, quiere atar a sus orígenes. No creo que le alcance el olvido, si la sustancia le transparece de la carne: un algo inconsútil, la reflexión, que no acepta más cadenas que las que ella misma se pone cuando ama.

15 de septiembre de 2006

Nulla dies

I.
Escribir: para ligar los días, unos con otros, y permitir -imaginariamente- un lujo de permanencia. El motivo del diario es el mismo de la autobiografía: sólo que su movimiento lo ha bloqueado una cierta pereza, la depresión. Aunque no se desea escribir los días felices, cuando de veras se vive. El diario se revela, así, como un remedio de urgencia para no caer del todo (tedio=tristeza). Falto de vitalidad, de un aliento largo en la escritura, contiene -sucede con el diario de Pavese- un exceso de fragmentos, un muy poco de coherencia que no siempre sabrá solucionar el relato largo y sostenido.
Se escribe para completar los días vacíos: las vacaciones de la razón, de la alegría o un cansancio subterráneo, aplazado.
Se escribe, ¿se vive?
II.
La tarde, allá arriba, reitera la pobreza del pueblo, en bloques de plomo suspendido. Se conforma esta hora del día con ser pacífica, igual a sí misma. Que haya tenido yo que llegar a querer relatar los ciclos de las estaciones, las avenidas de las ramblas, y fijarme en los matices más humildes de la luz, esas transiciones que se deben quedar para la admiración del alma adolescente! Sin embargo, yo, poveretto, carezco de verbo; aunque no me fío, tampoco, del espíritu franciscano, amigo de todos los seres e inquisidor, si hace falta. (El exceso de pureza conduce lo mismo a la alegría de corazón que a la Falange y el auto de fe.)
III.
¿Cómo deshacerme del paisaje? Por él, el mismo, circula la lengua, tan cambiante: los términos corrompidos del latín que ahora perfuman el aire, al caer en gracia al oído. A una época de cambio y crisis le conviene el rigor modernista (¿álgebra de las sensaciones?), me parece, y por eso Baudelaire es tan moderno: lo que seremos lo tenemos que ver en la esperanza que está en las calles, cuando se pone a hablar con acentos extraños. (Me refiero no a la costumbre, los accidentes, sino a la condición, si es que se pretende alcanzar una.)
IV.
Se duda con qué palabras mantenerse: ¿en el cementerio de Cortázar, imago irónica del Diccionario? Estas resucitan como magia de las calles y las ciudades, veteroeuropeas -París- y novoamericanas -Montevideo. La rayuela contiene la alegría de exaltarse con ellas, las palabras, sacándolas de su posición mostrenca.
V.
No nos asombra la naturaleza. Más bien la potencia a priori del logos uno -personal y común. Biográficamente, los juegos infantiles coinciden con el inicio de un dominio del lenguaje (significado y contextos) que debe corresponder -por la novedad que vuelve a instaurar en la experiencia del mundo- a la embriaguez de la constitución pura del espacio en la geometría de los axiomas (en cuanto suceso histórico de constitución de un saber fundamental). En otro lugar, a los mandalas.
VI.
Los niños deben creer: es posible que el espíritu reine entre ellos, al modo de una aceptación de guías y caminos utópicos (el tesoro, la isla, la inmortalidad, la inteligencia). No sé decirme si ese ansia de novedad (aunque no es exactamente esto en el caso de los niños) se pervierte, ignora u olvida en el momento de la sumisión a la tecnología. (Razón jánica, la vieja de Frankfurt.)

13 de septiembre de 2006

Contrahechura/Contrafacticidad

I.
Separamos la miseria del cuerpo, lo que nos niega hasta en el alma, de todas esas posibilidades proyectadas para un futuro... en el pasado. Esto es, con la condición de que hemos llegado hasta aquí y somos lo que somos: contra este hecho, contra el presente, se abre el tiempo vaciándose de lo que tiene de grave y actual. Deseo y esperanza se orientan hacia lo que no es. ¿Viene con el sueño, que rompe la esfera parmenídea, que pone en movimiento la flecha de pesadilla del otro eléata? Magritte y De Chirico muestran la metafísica invertida del ser que conocemos, su condición muerta o nuestra impotencia al decirlo: la paz de los cementerios que sonríe con las utopías.
II.
Qué poco peso el de estas memorias españolas (autobiografías, autoficciones) que conozco. Se permiten imaginar y no descubren nada, hasta el punto de que me permito dudar si llegaron a la cultura, cuando ésta se convierte en tragedia: negación de la vida; si se tomaron en serio la vocación de aprender, incluso o más allá del asco (metafísico o ambiental). Para no considerarlas un signo de la misma pobreza que denuncian (lo cual no sería moralmente adecuado) me debo imaginar de qué manera serán -podrán serlo- miserables las máscaras europeas granculturales, tardomodernas, postvanguardistas...
III.
Respecto al punto anterior, qué gran equivocación pronunciar el interés crítico. Una teoría de las formas culturales que se permite una perspectiva arraigada en una práctica determinada (en lo que le da de comer) bendice su propio pecado: el teólogo no debe osar tanto, ni el canon (literario y también crítico) debe proceder de la envidia.
IV.
Dejemos para el futuro la objetividad del presente: un poco de neutralidad en la apreciación, si es que la puede conceder la distancia temporal (no puede hacerlo la intención de la memoria histórica, aunque lleve la razón). Objetividad, pues no se cree en una verdad cuando el intelectual liberal reconoce, en su íntimo ser, la presencia del mal en las acciones del hombre. Porque no quiere propagarlo se dice liberal y no conoce si está a la altura. (La introspección: mi introspección, nunca la última; sólo mi simpatía de ahora.)

11 de septiembre de 2006

September

I.
Vuelve, momentáneamente, el acordeonista loco a llenar la plaza con sus sonidos, ahora que está vacía de gente y de calor. Tampoco sé si atribuirme a mí la sonrisa demente: la duda de si el que juega, camina y habla no pone a la venta su razón.
II.
Se quiere la amistad o se quiere la ley. Ésta resulta siempre desabrida para nuestro paladar acostumbrado. Pero no se renuncia al pequeño privilegio, considerando que las formas abstractas pueden volverse un mundo de relaciones inhumanas.
III.
¿Quién necesita el calor, cuando toda guerra acaba en derrota y cualquier acto se resuelve en conflicto, en renuncia a seguir hablando: astucia de una fuerza que se quiere volver suave, despreciable?
IV.
(Espacio/tiempo)
Un ser en el mundo se da como ser entre otros: a algunos de ellos los emplea, quitándoles la razón, limitándolos al valor de uso (¿no es mejor que el valor de cambio?). En otros puede reconocerse, conflictiva o amorosamente. Sucede esto cuando, caído en el mundo, alarga la mano, y su esperanza. Lo que nos recuerda el estadio inicial en que apareció arrojado, en el suelo, expulsado. ¿De dónde? De ningún sitio, porque no cabe imaginar un paraíso, que desharía el problema (cualquier destino otro sería una nada, en comparación). Arrojado, más bien, a dónde: caído a la posibilidad, lanzado a ella -vacío, sí, y un vértigo-, un porvenir auténtico o utópico, según la clave: ese idioma ideológico que decidimos hablar cuando jóvenes y luego es tan difícil despegar.

10 de septiembre de 2006

Barrio Alto

I.
Contemplado de lejos, sin tener que acercarme, voy mirando la combinación de luces y casas en el terreno de greda. Éste parece poco firme, igual que las historias que allí hayan sucedido, aunque no puedo dejar de creer en una forma extraña de autenticidad, algo ajada, distante del desastre postinmobiliario. No soy romántico, o lo soy a trasmano: los edificios flamantes y horrendos de ahora darán milenios de hermosas ruinas. Por ir a contrapelo, o no atreverme a entrar en ese barrio, lo tengo que ver de lejos, anticuado, agarrándose vivo a la montaña movediza.
II.
El crítico de la cultura, paseante de los libros, está preparando siempre la alegoría: su vida sucede en un segundo grado, porque la vida actúa sólo en el primer piso del edificio; también el lenguaje y la verdad, de cuyo roce emergen las relaciones y la amistad. Cuando voy a subir, al mirar hacia la puerta, si se tiene la suerte de encontrarla entreabierta (se esperan visitantes, y algunos de ellos se convierten en habitantes nuevos), tengo que reconocer lo que pierdo al vivir en un segundo piso: paso de largo y luego me llegan nada más que ecos, para los que, encima, soy algo duro de oído.
III.
Buscando un sentido, el paseante encuentra guijarros, esos primores de lo vulgar tan admirados. Como un hallazgo así sólo sirve para la ironía (quizás una mueca de desprecio, rápida, leve), vale más abandonarse a la ocurrencia lingüstica, el automatismo generador del diálogo que posiblemente acabe en disparate. Si la lengua y la mente obedecen a la sintaxis profunda, la máquina de las frases, bien engrasada y alegre, puede llevar, no obstante, a otro lugar de verdad. No quiero decir utópico, porque lo otro y diferente lo conozco más bien como pesadilla; pienso más bien en un asombro inefable, el propio del hallazgo no buscado y que por eso no se libra de las dudas. Proponiéndome una imagen paisajística, no sé escoger entre un pozo, un valle o el curso de un río, aunque todas ellas me parecen vincularse a un viaje a la alegría y la muerte, indeciso (¿o no?).
IV.
(Vida privada)
Un hombre griego, contando nada más que con su inteligencia y algo de experiencia (su ojos y oídos, las creencias transmitidas) determina, de una manera que aún me parece no superada, el contenido apriórico de cualquier observación, y por lo tanto de cualquier suceso. El hecho que se impone es el del cambio, la universalidad de un sistema de transformaciones que hemos dado en denominar realidad del movimiento. Si desglosamos esa intuición -la tarea de cualquier análisis, de la aplicación lógica-, "observamos" una masa o materia potencial, limitada -si no es paradoja- a constituirse como un conjunto de posibilidades, de formas que la actualizan, la ponen en obra (energeia) y perfección. No se da la posibilidad pura, como una materia no señalada de ninguna manera. La conocemos, si es que pretendemos conocerla, en alguna de las formas posibles; no puede mantenerse más que en la forma dinámica de un aspecto actual que la perfecciona y de una privación de forma futura que habrá de realizarla aún más.
La forma de esa intuición básica de la dinámica de los fenómenos es el tiempo, la ordenación impuesta en el cambio según un -imposible, circular- antes y después. Del pequeño orden (taxis) se compone el gran orden (cosmos), aunque el hombre griego no pueda pensar esta generación desde el mínimo (¿nosotros sí?).
V.
(Tarea:
a) El planeta etimológico: insistencia/existencia; expansión/impansión; ser/estar. Pertenecen a una conversación -un diálogo sobre los agujeros negros-, no a un sistema. .
b) La analítica heideggeriana, en tanto metafísica existencial/vitalísticamente orientada, recoge en términos novedosos, o colocados de un modo diferente, la delimitación griega de la inserción espacio/temporal de todo ente, en cuanto dialéctica de unidad/pluralidad: ser en el mundo/ser para la muerte.)

8 de septiembre de 2006

All that jazz

I.
Al doblar la esquina, en la calle del muro, cesa la zona de sombra. Un observador ocioso que se dirigiera a la plaza, exactamente a la elevación que hay a su derecha, y que sirve de lugar de recogimiento para enamorados, verá el centro de la plaza ocupado por una gran plataforma en la que se hallan tres largas filas de músicos, sentados los de la primera, de pie en las otras dos. A primera vista parece que están ensayando, y lo hacen bastante bien, lo que sorprende a mi entendimiento tardoprovinciano: aún se conocen hombres maduros que bailan al compás de la música que ellos mismos tocan, un espectáculo hermoso de veras, el ver la alegría en cuerpos a los que no se supondría que les pertenece.

II.
(Otra música)
Si queremos comprensión, estará bien que atendamos a esa vieja vocación europea de desmenuzar los sentimientos privados, sobre todo cuando consisten en sufrimiento. En ese escenario, Kafka, Pavese y Pessoa se desenvuelven como nadie: despliegan la miseria personal en largas frases brillantes y profundas. Representan, y qué gran espectáculo, la miseria del espíritu, casi siempre afectada por la carne y esa falta exacta de su materia que define la soledad: solus ipse = puro espíritu, desencarnado y descarnado, sin dolor y sin otro. Les puede la vocación: como un carisma maldito, al revés, que les plantara delante de los ojos y para siempre, el humo de las cosas, sus desechos. Aprendiendo a quererlos, a esos hombres, no creo que se obtenga nada bueno, ni salud ni salvación.

III.
(Rectificación a "Duties": 30/08/06)
Donde dice "...y conoce que en ese gesto ahí puede encontrase",
debe decir "...y conoce que ahí, en ese gesto, puede encontrarse".

(Me refiero, sé que con poca evidencia, al origen supuesto de la vita activa y la vita contemplativa: política y escritura).

7 de septiembre de 2006

This trivial sense

I.
(A propósito de Cesare Pavese)
Cuánto sufrimiento, para pronunciar una sola sentencia. Escrita luego en arena, en nieve: no sería menos sólida si fuera depositada en el viento; hasta ese punto se necesitan materia y forma, la poesía de sus fundamentos prepoéticos. Aunque una experiencia de esa calidad (trágica, abisal) constituye sólo una parte necesaria de la creación: si la observación es sólo voluptuosa, estética, incluso si quiere regalarse un juego de finesse ética, galanteando con el amor propio; esto es, si la conciencia no quiere comprometerse la creación poética se malogra... en la reflexión desvaída, en la entrada de un diario. Aunque el teórico encuentra aquí una veta de oro (¿verdadera?).

II.
Tiempo recuperado: aquél del que surge la instantánea feliz, correspondiente a una situación en que el niño jugaba y era inconsciente, engreído, poderoso. Una vez que se destroza ese espejo (hacen falta años), lo recomponemos: fragmentos de verdad separados por las junturas, lo que significa una totalidad incompleta de significación.
Moraleja: el pensamiento auto-biográfico se siente fascinado por las tríadas: afirmación, negación, afirmación superior; ilusión, desengaño, madurez; infancia, adolescencia, vida adulta (?).

Ligereza

Con cuánta facilidad enumera el enfermo sus síntomas. Estos le hacen hablar, igual que si narrara una historia con significado y verdad. Intenta llevar lo suyo a la preocupación de los demás: entonces vuela con el mismo desprendimiento del amor, componiendo una figura galante para la que no hay bastantes espejos, ni labios ni fuego.

6 de septiembre de 2006

Subjetivismo

La misma "complexión fisiológica" que distancia de la verdad teológica (¿existe otra?, ¿una política diferente de la salvación?) a los mortales comunes, según Tomás de Aquino (no sólo depende de deficiencias intelectuales; también de la pereza, y de lo contrario, la ambición económica o la mera subsistencia), no halla obstáculos en Descartes, si viene dotada de unas reglas sencillas, aunque siempre se podrá sospechar del carácter halagador del filósofo francés, y de que se trata de un retórico de gran maldad. Pues una de las reglas, la más importante y primera, el motor real de la sistemática filosófica moderna, consiste en una luz natural de la razón, hábil para buscar y alcanzar evidencias. Estas pertenecen a la misma época que universaliza el saber divino (invención de la imprenta). Desde entonces no hay extensión geográfica que se resista al turista (¿viajar en el espacio=viajar al pasado?; la facilidad y celeridad del traslado, ¿no cancela la reflexión?), ni al ingenio económico-político y sus secuaces armados. Bastante es que no vuelvan su aguijón totalitario sobre sí mismos, sobre nosotros. La generosidad política de Abraham Lincoln al centrar en el pueblo la realidad de ida y vuelta de la ciudad (autolegislación), como una concreción histórica de un reino de los fines ideal (no humano, sino racional), puede ser vista por detrás y ridiculizada: detrás del escenario están los actores, la obra ha sido una farsa; en general, tras la emisión pública de opiniones corremos el peligro de observar el capricho y la facilidad. Una "rebelión de las masas" reaccionariamente instrumentada no va a ninguna parte (lo que ad-viene es lo otro, nunca lo de antes), aunque no se puede renunciar al oro de verdad envuelto en la alarma de la élite por la falta de respeto de la plebe: librados a su entero capricho los ciudadanos pueden encontrar a su tirano natural, un plebeyo. La lección la da Platón, un reaccionario, pero también Kant, un ilustrado; parece que a los dos los gobernaba la prudencia. Propagada la rebeldía en la forma nueva de escritura electrónica democrática, vale la pena pensar en los efectos probables e indeseados de oscurecimiento de la verdad, falta de reflexión y oído disponible para los rumores y embelecos. Así, una voluntad de farsa, admitida y amada, sustituiría a la voluntad trágica, que conoce que siempre se pierde, y por eso inventa los sueños, las utopías y las revoluciones; traducido a la tranquilidad reflexiva, significa el arco entero que va de la meditación humilde a la poesía y la narración literaria que pretende encerrar la verdad humana en un pasado posible.

Piel renovada

Podemos acordar una definición de felicidad: contento inadvertido, activa inconsciencia, alegría. Señalando la parte subjetiva de sus condiciones, habremos renunciado a proponerle metas, que por otro lado no sabemos dónde podrían estar. Un hombre moderno requiere un amplio uso de sucedáneos médicos; perdida la disposición natural, deberá saltar de la técnica a la tecnología, sea ésta la química o la palabra planificada en sesiones semanales: el narcoanálisis constituye el rien va plus de la inclusión de palabra y fármacos en el intento de cura. Somete a un tiempo planificado la biografía o parte de la biografía del individuo, potencialmente enfermo en su misma condición (ser social; por lo tanto infeliz).

5 de septiembre de 2006

Exile

Sic.
I.
Septiembre llega cuando desaparece el acordeonista demente, el que entretiene las plazas del pueblo en verano, con más fe que acierto. Sobre un lecho tierno de hojas caídas, de agua que susurra en las fuentes y hasta un rumor de campanas que podría ser dulce, la estación que viene puede esconder la voz ronca y el filo cortante: trayendo dolor y muerte, pues siempre promete otra vida para el nuevo año.

Et non.
II.
El recuerdo tan podrido, la culpa, se sorprende del lenguaje y lo proclama. Pretendiendo dar la vida de nuevo, devolviéndola de su retiro, allí olvidada, encuentra piedras de relumbrón.
III.
Entre verdad y falsedad, la conciencia va y viene. Encuentra en el error la inocencia, y así puede esperar un día nuevo.
IV.
La falta de obligaciones que cumplir representa la desesperanza, el principio (invertido) de la muerte.

Rings

I.
La capacidad de memoria tiende a brillar cuando no puede decirse, cuando lo dejamos para después: pues de ninguna manera queremos renunciar a lo que hemos visto, la imagen en toda su verdad, tendiéndose desde los trabajos del niño hasta ahora, que puede escribirlo. Intenta, co tal finalidad, representar la separación, como una libertad puesta en el tiempo. Gratis como es, requiere conquistarse y dar sentido: imposible trasladar, no obstante, la figura plena del niño en su modesto pasar de trabajo a las voces del adulto, pues temo siempre la oquedad y la dureza.
II.
Un temor, otro, me domina: el paso de las nubes vertiginoso, como si fuera el tiempo. Ante él cualquier cosa me parece distracción innecesaria, así los viajes, la belleza, la investigación. Al querer la humildad en el hablar (decir, escribir) tengo miedo, ahora por segunda vez, de quedarme demasiado lejos: sin significado, absurdo, ridículo.
III.
Me atrevo a sugerir la condición mínima de toda autoridad: la sinceridad de las palabras que buscan referir la verdad objetiva. Tantas trampas en medio! Aunque la autoridad fracasara quiso ser legítima: debe ser compadecida. Es lo que pido para mí.
IV.
"Ingeniería filosófica": una horrible expresión que esconde, si es que no se lo regala directamente, un cúmulo de ignorancia y mala fe. Este combate emprendido contra el humanismo (teológico o laico) semeja una argucia positivista bastante vulgar, un juego del conformista. Justamente porque la democracia lo tiene aquí muy fácil, el peligro parece mucho mayor. Ingeniería filosófica: un sistema de los conceptos barnizado electrónicamente, puesto ahí delante a disposición del ingeniero de almas, el burócrata o el político. Pocas denuncias conozco más estúpidas que la de las pretensiones de los filósofos: derrotados hace siglos, milenios, sólo necesitan ser olvidados para ponerse en marcha de nuevo. Si un paraguas de conceptos me hiciera feliz yo me atrevería a preguntar por qué debo serlo: ¿debe ser lo que es?.

4 de septiembre de 2006

Autores, al hilo (II)

La desaparición histórica y cultural de la legitimidad del autor -¿quién puede tomar en serio la pose autorial de los intelectuales? En la medida en que se da una reivindicación de una forma personal e independiente de pensar estaremos ante una pretensión académica- muestra en la superficie altocultural aquello que constituye un mar de fondo real: la disolución de la respetabilidad tras la máscara del ciudadano -pues éste perece a la vez que el philosophe que le enseña. Una cara seria se presta al sarcasmo inmediato, una vez que nos hemos puesto por delante todos los derechos. ¿Cómo ha de mostrarse severo quién ha sido reconocido por el poder como un pequeño dios en la tierra? Todavía no se ha enterado de la buena nueva que le concierne. Por eso mismo he de experientar satisfacción: los dicta democráticos evacuados en la red reflejan la gloria aquí y ahora del brillo alcanzado, porque la ciencia informática nos ha acogido en su paraíso y mi doxa, tu doxa, la de él, vale lo mismo que cualquiera otra. Aunque he de pararme a pensar todavía si esa cantidad es algo o se reduce a cero. Porque en este caso no acepto ese regalo que me permite una firma que se esfuma sin rastro. En resumen, no se conoce una autoridad in vacuo, que prescindiera de ser reconocida. Equivaldría a una tiranía sin súbditos, ininteligible: un soberano en el manicomio, un loco.

3 de septiembre de 2006

Illnes: Which disorder? What?

I.
La narración de una vida tiene algo de persecución. Como cuando paseamos y vemos de repente que, delante de nosotros, camina alguien con buen ritmo. Sospechamos de quién se trata y pretendemos alcanzarlo, pues sólo tendremos la seguridad cuando le veamos la cara. No sólo la seguridad de conocer quién es, sino también la nuestra por terminar sabiéndolo. Esto es, nuestra tranquilidad.
En algún momento hemos pensado que la cara del paseante corresponde a alguien desequilibrado, muy enfermo en realidad. Entonces, querer ver su cara -y cuanto más acelera el paso nuestro anhelo de certeza es mayor- parece como si respondiera a la decisión firme de librarnos, pues al observar los estragos del mal le quitamos su carácter mágico, encantador. Realmente la misma situación, el avivar nuestro propio paso, tiene algo de la misma insania de la que huye (su cara y también la sombra que vamos dejando atrás).

II.
Tres momentos para la reflexión:
  • Es difícil defender el prestigio de un sujeto enfermo. Lo que cuenta posee una forma diferente de orden, un discurso de alienado que no resulta común y por eso no se comprende. Quiero decir que se trata de una ordenación minoritaria, aunque en el peor de los casos se puede romper, enajenarse del todo y no sé si volver inhumano hasta el mismo rostro: ¿puede fijar, acaso, nuestra memoria coherente los rasgos de la cara?
  • Hay algo extraño, peligroso, sombrío en las acciones de paseantes -seres ociosos- y ayudantes -seres que no han alcanzado la autonomía, subsidiados. Intentan colocarse a la altura, llegar a un nivel que les ponen delante de los ojos. No lo entienden del todo, tampoco la finalidad de alcanzar una meta. Indecisamente racionales, todo lo preguntan y no les salva ningún acto de fe. Incapaces de actuar, ¿cómo podrían anegarse en lo gratuito?
  • Se comprende demasiado tarde el alcance de la obsesión: una casa que conforme se construye se va agrietando. El momento de habitarla coincide -eso tememos- con su destrucción.

2 de septiembre de 2006

Autores, al hilo (I)

Me cuesta escribir sin comentar. Esto es, que empiezo sirviéndome de la autoría (aunque sea de otros), tan renegada. La era de la información multiplica, en efecto, los datos, de una manera desconocida hasta ahora, incluso convirtiendo la subjetividad, la vida privada, en puro dato (las weblogs, formas de correo abierto por y para todo el mundo). A partir de ahí, proclamar la desaparición de la entidad del autor parece una consecuencia más del vértigo de las informaciones, su enredarse y su fluir.
¿Cuándo tuvo realmente prestigio el autor/sujeto? El movimiento ilustrado era realmente minoritario y elitista. De ahí el significado, no evidente, de la denominación: la difusión o propagación en vertical del saber, el interés de una élite filantrópica (philosophes), que aún no ha descubierto las religiones laicas (intelligentsia), ni los cócteles (intelectuales). La autoconciencia de esa función de enseñanza constituye el sujeto del saber, erigido como realidad mundana a través de la legitimación oficial y universitaria en Alemania, durante la Restauración hegeliana (vale la pena comparar esta figura con las opuestas, cada una a su manera, de Nietzsche y Heidegger). Si asistimos ya en el sistema hegeliano a la fundamentación romántica del saber es porque no se puede ocultar por más tiempo la escisión radical en la historia moderna entre el mundo de la ciencia y el mundo de la vida. La penetración del trabajo en la misma fenomenología de la experiencia no hará sino repetir esas mismas escisiones en la masa de los hombres, un océano de individualidades elevadas a la cantidad. La reconversión de ésta en nueva historia y nueva humanidad, en tanto proyecto de superación (Marx), se vincula para siempre a un mal uso de la retórica, es decir, no político-persuasivo, sino moral-salvador. Se quiere recuperar el valor del pecado para las personas privadas, objetos de la historia preparados para el crimen.

1 de septiembre de 2006

Proyecto

La razón deficitaria, menesterosa, necesitada de la fe y de la misma carne de la materia y la poesía: se conoce limitada y con eso cumple su dignidad. No se requiere renunciar a mayores ambiciones teóricas, cielos puros de razón de cristal; más que los espejos, que tienen su lado ciego. Quizá un dios, de una manera absurda, podría limitar el alcance de la misma subjetividad a la que plantea la obligación de reconocerlo: fuera o desde el mismo corazón (reino de las formas, autotransparencia, vida), disponiendo para él -en la tierra- la imagen eterna del círculo de una mente que atiende a sí misma, porque no tendría cosa mejor que hacer. Pero esto mismo que digo parece impensable, y la renuncia nos la imponemos nosotros mismos: animales políticos. "Imprudencia: impolítica" (Octavio Paz).