4 de septiembre de 2006

Autores, al hilo (II)

La desaparición histórica y cultural de la legitimidad del autor -¿quién puede tomar en serio la pose autorial de los intelectuales? En la medida en que se da una reivindicación de una forma personal e independiente de pensar estaremos ante una pretensión académica- muestra en la superficie altocultural aquello que constituye un mar de fondo real: la disolución de la respetabilidad tras la máscara del ciudadano -pues éste perece a la vez que el philosophe que le enseña. Una cara seria se presta al sarcasmo inmediato, una vez que nos hemos puesto por delante todos los derechos. ¿Cómo ha de mostrarse severo quién ha sido reconocido por el poder como un pequeño dios en la tierra? Todavía no se ha enterado de la buena nueva que le concierne. Por eso mismo he de experientar satisfacción: los dicta democráticos evacuados en la red reflejan la gloria aquí y ahora del brillo alcanzado, porque la ciencia informática nos ha acogido en su paraíso y mi doxa, tu doxa, la de él, vale lo mismo que cualquiera otra. Aunque he de pararme a pensar todavía si esa cantidad es algo o se reduce a cero. Porque en este caso no acepto ese regalo que me permite una firma que se esfuma sin rastro. En resumen, no se conoce una autoridad in vacuo, que prescindiera de ser reconocida. Equivaldría a una tiranía sin súbditos, ininteligible: un soberano en el manicomio, un loco.

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