25 de diciembre de 2006

24 de diciembre de 2006, tarde

(Por una intención de sentido)

El canto de los pájaros, las nubes -esos otros pájaros-, expresan una verdad -distante, invisible- para los corazones de nieve, olvidados. Si estuvieran conmigo las cosas, no podría soportarlas: todo lo que tiene el mundo de ciego, transeúnte, de arena entre los dedos; hijos y pensamientos viven, resistiéndonos.

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El hombre que conduce es una máquina de registrar verdades: la lengua le habla, él no. Sospecha a veces que esos amores no terminan bien. No los comprende, aunque sí comprende que le pueden dejar abandonado.

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Qué alegría: haber recorrido un abismo. No son para los héroes: éstos se limitan a proyectar, con un nombre propio (dentro de una obra mayúscula, la Tragedia), la ceguera común.

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Recogido en mí mismo, miserable, enfermo, ¿cómo no me habría de ofrecer después con más fuerza?

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(Teléfonos, del fijo al móvil. Internet)

Un metro antes del suelo, se acuerda de los gatos, de cómo viven. Se da la vuelta y habla. No entiende por qué se tiene que sentir libre y alegre, cuando escribe esto, nuestro hombrecito, él, que teme los inviernos, los días iguales. ¿Quién se acuerda de él? Encerrado en su habitación, guarda algo, ¿para quién? Su pensamiento es lento, como el de las nubes, incomprensible, fugaz.

Se entretiene imaginando la forma de las conversaciones, lo que va de las palabras privadas y comprometidas a los mensajes públicamente desleídos. También imagina el ser de unas gentes que dicen lo que quieren, cuando quieren, sin necesidad de dejar la vergüenza, lo que escriben, dentro de un cajón, para ser olvidado.

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