Alguien debe preguntarse por qué se desconciertan los sentidos, de qué les nace el desacuerdo: los ojos ponen la claridad en las cosas, ven la luz; hace frío, y estos mismos ojos sufren, el cuerpo querría encerrarse. Las nubes, también, parecen tímidas, temerosas de imponer su reino: ¿a quién?, ¿al sol?, ¿al viento que hoy viene frío?
Se entretienen los extranjeros en las plazas (¿cómo van a ser gentes extrañas, si hablan?), recogiendo su sol pobre, torpe, turbio; igual que los viejos aprovechan, en otros parques, el sol que cae: por él convocan sus palabras, a él se las conceden, y la amistad de que todavía son capaces entre ellos, aunque nosotros los ignoremos.
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(Amor a la luz: en la casa y en nuestra mente)
Ya viviremos en las sombras, cuando estemos muertos, y tranquilos. Vivos, ansiamos la información, nuestra felicidad continua: no es la actividad de la inteligencia, tampoco la pasividad de la gloriosa contemplación, sino el resultado, los datos de los pensamientos de otro.
1 comentario:
Qué gran texto. Un aplauso, ego/ficción.
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