El texto, y el comentario: tú que acudes solícito.
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Marc Augé: ¿Por qué vivimos?, Gedisa.
El académico se enfada cuando se le piden razones: con quien considera que la etnología se ha quedado sin objeto, o que (ya no más) no está a la altura de su objeto (postcolonial), recogida su herencia de saber en el seno de una mathesis social general (p. ej., la teoría de la comunicación).
¿Por qué se extraña y pierde el sabio el humor, delante de las dudas profanas? Recuerda demasiado la caricatura de la tribu estructuralista, o un resabio del Parnaso profano postrevolucionario, rabiosamente burgués, encendidamente meritocrático-clasista: con una filantropía de águilas (aquí, en Francia; allí los dioses en su Olimpo).
El sobrevuelo teórico se pone los hombres como objetos, a él le pertenecen en tanto antropólogo, autónomo del saber. Se le olvida cuando duele (el cuerpo, extendido, existente fuera de sí, cercano al entusiasmo del alma y su resurrección; por parejo al alma olvidado, prohibido ese espejo, inmundo y libertario), o zumban los oídos y una duda molesta a la razón, la soledad que acoge el frío como su compañía más amigable, o la única que le queda si es pobre.
Pero yo aprecio su vocación de inmortal: aunque mayor, necesito la tutela académica; y también sospecho que el vacío se conoce mejor en los lugares de paso: las calles, las estaciones, los aeropuertos y ese metro impensable.
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