¿A qué se debe el breve entusiasmo que nos procuran ciertos recuerdos?
En el niño de la fotografía en blanco y negro, delante del portal de una casa vieja que desconozco, en el gesto asustado, más que vergonzoso, la mano que agarra el cochecito de juguete (con las ruedas hacia arriba), en lo que veo y en lo que está más allá de lo que puedo ver, en esa instantánea de niño asustado estoy yo, y no lo entiendo (pero sí, soy yo, que he convertido los elementos de la fotografía en mis rasgos de carácter).
Quiero pensar (o mejor, imaginar, porque no tengo ahora la materia del recuerdo, que a veces asiste en el semisueño) en un portal de Granada, yo, joven estudiante (ya engañado). Aunque me viene el olor, a humedad, a frío de viviendas de protección oficial (?), confundo -ahora- lo que quiero decir con una fotografía que sí recuerdo de Alfredo Deaño, sentado en un portal, como si presintiera la tragedia. Esto último, naturalmente, es mi interpretación, pues yo ya conocía que el filósofo había muerto.
Pero no sólo amo lo portales.También los pubs entre pretenciosos y descuidados, una copia fuera de tiempo de otros sitios y ciudades. Un lugar así existía en mi ciudad naciente. La barbarie urbanístico-demográfica (esta impresión humeana de espacio repleto que yo no conocía) terminó con él, con el ambiente (los clientes, las charlas con sobreentendidos, los amigos, el humo...), porque el sitio sigue existiendo, y con el mismo nombre, El cordobés.
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Tampoco sobre los recuerdos pueden existir disputas, aunque sí conversaciones.
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