31 de diciembre de 2006

Málaga 1996

/30 de diciembre de 2006/

Hay comprensión en los ojos, cuando se abandonan: conocen el huerto de naranjos, la estructura -diría que ausente- de un edificio a medio construir (el objeto de tus paseos), las hojas caídas sobre los coches, las horas que caen eternas de la fuente...

¿Yo quiero su eternidad? ¿El extravío repetido de los ojos, de mi cuerpo de paseante?

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Podría haber ocurrido que no encontrara a Alguien, perdido en el innúmero flujo de bienes y personas (la ciudad). Las cosas que sé después de que han pasado me cogen ya demasiado tarde, materia impropia para mi cerebro impaciente (lo contrario de la inteligencia: el método, el sosiego).

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Personalmente no me tengo en gran estima, ni a mis proyectos.

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No podría creer en la existencia de una novela en red. Se parecería demasiado a una novela epistolar, a una expresión caduca del presente: dada al lirismo, a la melancolía, a los dioses epígonos, tardorrománticos.

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Totalmente incapacitado para el pensamiento metódico, me sucede que no sé exactamente qué hago aquí, qué y quién soy, esa inasequible definición de mi sustancia. Que alguien atine con el valor filosófico-diagnóstico del asunto, si es que lo hay para la falta de pudor.

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Los signos bailaban a su antojo, ajenos a que yo los entendiera, o que no. Yo no entendía nada. Al final he pensado que es mejor dejarlos en libertad, a su libertad. Se mueven como en un juego. Bailan, gozan, ríen. Son los objetos de un mundo reinventado, cultural, los que poseen la libertad.

(Pues las ideas son lo absoluto, lo independiente y separado, la sustancia; en el infinito, Dios.)

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31 de diciembre de 2006

Creyó ver esta mañana su imagen, el pelo rizado, largo, un poco de soslayo, en la televisión. Era una de las enemigas de la cantante protagonista, en un lugar turbio, hecho para las pasiones que no acaban bien. Tiene que asegurarse de que estaba en lo cierto, que era ella; mejor, que así puede recordarla, imaginarla. Así podrá volver a tener ese miedo que tanto le gusta, que le posee, como la vez que le sonrió cuando se acercaba, tan sin motivo que dudó, dudó de todo. Se acordó de los principios temerosos, de los acercamientos, de la rotunda verdad que tienen las entregas primeras.

Se debe pagar por lo que se cuenta: la Norma es justicia.

La palabra revela un claro de verdad, un corte en la confusión de símbolos, ante el que se debe actuar, responder. Es una pieza dramática, en el mundo, un reparto de papeles, de posibles estados de hecho. Desbroza, abre un camino entre los símbolos, aunque la palabra también se refiera al mundo físico, a la aparición primera.

Las ciudades, qué raro es ver esto, enredan continuamente: vuelven cada vez más complejo el escenario. Terminamos por olvidar que todo comenzó por la decisión de domesticar un espacio de tierra. La fuerza de estas determinaciones en el origen de las ciudades, su potencia caótica, hacen tan difícil proponer y disponer leyes antiespeculativas prácticas. El motor no es la moneda, la riqueza dineraria, sino la ambición de dejar unas señas de identidad propias.

¿Sabemos dónde y por qué surgen las ciudades? ¿Sabemos cuándo acaban? (La vida y la muerte del espacio domesticado, civilizado.)

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