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15 de septiembre de 2007
El don
La visita inesperada del mensajero de Ut. me sorprendió, cuando lo vi avanzando, señorial y viejo, a lo largo del pasillo. Yo estaba detrás de la puerta, sentado en el suelo, sin estorbar el paso. Aunque él se quedó al otro lado. Tengo que decir que a este hombre yo le debía, más que a nadie quizás, la idea del valor de esos objetos que amamos (y así les ponemos también un alma, junto a su cuerpo hecho de levedad y de árbol) , pero también sabía, desde el principio, que mi maestro no era un ser amado por mis compañeros. Por eso, sentados frente a frente, a los dos lados de la puerta, yo trasladaba mis ojos de él a las gentes que andaban por detrás de mi espalda (la sala era muy amplia, sin límites claros), temiendo que si me veían charlando de forma amistosa con él pudieran perjudicarme de algún modo. Hasta en los sueños se revela uno como un negador miserable de/hacia aquellos que le han hecho el don. Aunque tampoco podía entender a mi maestro. No sabía por qué me regalaba aquel libro de Woody Allen, ¿Cómo acabar de una vez por todas con la cultura? (pienso que pensé en el sueño), ni los alimentos (queso y un extraño pan, y algo que no recuerdo, como una especie de embutido) que me entregaba, pero sirviéndose primero él sus buenas raciones y alargándome a mí, en la punta de un cuchillo de cocina mucho más amenazador que útil para el menester, mi parte en el ágape, que yo rehusaba con temor---
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