4 de septiembre de 2007

El poder político y el pensamiento mágico

Había escrito lo siguiente (cito literalmente y por extenso):

"Me parece que fue el inquietante sociólogo (!) Robert Michels el que dio a luz una de esas ideas que, si son creídas con sinceridad, lo vuelven a uno un poco ácrata o un poco liberal, no del todo, para no tener que convertirse uno ni en un criminal ni en la máscara hocicuda (y es lo mismo) del gran capitán de industria. Sostenía -me parece- el sociólogo converso al fascismo que en toda organización política se acababa generando una élite o círculo cerrado que acababa defendiendo nada más que sus propios intereses, y produciendo una ideología ad hoc. En toda organización política: es decir, con independencia de su carácter izquierdista o derechista, como si una misma ambición ignorara el color de la piel del partido, enquistada como amor propio, o mejor, como un amor común y cerrado (...) Los parrafócratas producen una escritura odiosa, sin pies ni cabeza, en una mano la botella del peligroso licor cuando se abusa, en la otra (en la mente) la idea del boletín oficial, la letra incontestable. La tinta y el alcohol son expansivos, necesitan producir artículos y más artículos, toda serie de farragosas disposiciones de las que ha huido cualquier pretensión de verdad o de contraste racional. No se encontrará en sus páginas indigestas esa invitación al crimen propia de los decretos totalitarios, aunque sí una propensión blanda, mediototalitaria, no se sabe si por convicción o por discreción, que busca convertir a los funcionarios públicos en policías de los sentimientos ajenos y privados o que, en el mismo orden mental, quiere sacarlos de sus casillas y de sus obligaciones prescriptas para fundirlos con la carne del pueblo, con la que se han de fundir en las horas de trabajo o después -y esto es mejor, pues excede del deber- de que se haya acabado la jornada (...) Aficionados a las leyes educativas, porque señalan la salida del sol del máximo dominio que se prometen, de una política social que al fin se traza como si de un ingeniero planificador se tratara, porque les permite escapar (en su imaginación) del azar y la inaprehensible calidad individual, bosquejan cada cierto tiempo la condición renacida de una bondad natural de los hombres en la que todos hemos de creer. Ha de ser así porque en caso contrario, si estuviéramos convencidos de que los seres humanos o son malvados de por sí o se convierten fácilmente en malvados, sin que sea imaginable un remedio para este pecado original de la especie, entonces, bajo tal condición, no haría falta desenmascararles de ninguna manera, y bastaría con arrojarles a la cara la infinita complejidad de cualquier hecho, las reservas críticas que cualquier actuación al respecto debe tener, la vanidad de querer edificar de nueva planta y así sucesivamente. Si se tiene fe uno está un poco perdido ya. Se le presta oídos al evangelizador ateo que vende la eterna buena nueva del hombre inocente pervertido por la sociedad (es decir, por los mismos hombres comportándose inadecuadamente), y ya se ha caído víctima de un engaño doble: ya que no sólo se va dando por hecha la posibilidad de actuar bien, sino que se postula la idea de una norma que es criterio del bien actuar (una sociedad modélica, de libertad, igualdad y paz). Quizás haya que ser un poco valiente, disentir, manifestar lo ridículo y criminal que resulta esgrimir planes supuestamente utópicos que ignoran la condición recalcitrante de los seres humanos, tan concretos y defectuosos, ese su estar hechos de una materia que se incomoda en cuanto le aguijonea la conciencia, y que se atreven a exhibir despreciando a su manera cualquier reglamento que venga de arriba a buscar su conversión pacífica a la paz, convertirlos en corderos que producen un silencio sobrecogedor cuando cae el cuerpo en el patíbulo. Algunos, en efecto, más visionarios o desesperados que otros, tienden a pensar que el quebrantamiento continuado del principio de contradicción, de las reglas de coherencia o de una mínima voluntad consistente de verdad, se ha de amistar secretamente con el crimen, con la muerte de los ciudadanos por cuyo bien se promulgan las leyes vigilantes."

1 comentario:

Egoficción dijo...

Me parece acertada la cita. Habría que sacarle la otras terroríficas (el terror que asusta al niño y entristece al hombre) que de aquí han de seguirse.
También podrías contarnos, en positivo, qué es eso de la Democracia.