Conforme se va haciendo uno mayor va perdiendo la idea del valor absoluto de las reglas, i. e., de la pureza. Se actúa injustamente, sí. Sin embargo, si el fin es conscientemente bueno, y muy probablemente bueno, ¿quién soy yo, un descreído, para querer la perfección, la igualdad y la justicia?
Al escepticismo sobre estas cosas, a la incerteza abierta, al azar y la casuística, llamamos libertad.
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(Tropas de Caín)
No es esto, no puede ser esto. Nunca es buena la política del odio. ¿Dónde se fue la sensatez? En lugar de quedarse cada uno con la parte de verdad que el otro (si no es un criminal) posee, políticamente, hemos decidido encizañarnos odiando al otro y en el otro todo el resto de verdad de que carece... de tal manera que no vemos ni lo que tiene.
Y, sin haber leído los libros de J. A. Marina, pero sí muchos de sus textos periodísticos (había algunos muy buenos en el cultural de Abc, en una sección que conducía él hace unos años) me parece señal de una enorme vileza alguna de las cosas que se han dicho de él (como condenarlo por tibio). Nunca me pareció este hombre (catedrático de Filosofía del otrora muy prestigioso cuerpo de Medias) un odiador del bien ni de la verdad (y quien no los odia los ama). No sé, será deformación profesional o el beneficio de la duda que un filósofo concede a otro, que es mucho más experimentado en la vida y sabio, porque soy incapaz de creer que en mi persona y en la de la inmensa mayoría vayamos a ser transmisores de ningún odio---
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