Jueces kafkianos de bajo nivel han decidido atribuir sus omisiones a los ciudadanos que el azar del momento encuentra en la calle---
Han consagrado la palabra escrita al subterfugio de la mediocridad bien comida, volviendo las armas de la teología en la que han dejado de creer contra el culpable eterno, el pobre de espíritu, de soledad y desamor, aquél, el único, que pierde los argumentos cuando tiene que desempeñarlos---
Envuelta en la interpretación de la ley, de los reglamentos, de las reglas de actuación del día y de los comportamientos que son propios de los seres corteses, se le tiene que presentar la cuestión de la enfermedad, de la manía persecutoria, del hablar rápido y mal, y la cuestión de la voluntad de verdad, que a pesar de todo mantiene---
Si no la mantuviera no tendría sentido su vida, estado al que llamamos felicidad: pues el sentido -debemos saber, reconocer- es añadido a los hechos, como una necesidad espiritual, aun en los peores momentos de la humanidad hecha carne mortal, en las prisiones del mal---
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