Cuán grande debe de ser la felicidad del perdedor: que agradece las derrotas porque le dan motivos para contar.
No sé determinar qué tipo de seres son los que escatiman la medida del tiempo a los que aman.
En otro orden de cosas, la democracia popperiana (según el artículo de Letras libres de 1988) se basa en un sistema bipartidista: con la capacidad de gobernar que da al vencedor, que no tiene que depender de coaliciones de partidos pequeños; y la capacidad de revocar a su vez, en elecciones periódicas, al partido en el poder. Se basa, también, en el olvido de la cuestión de la legitimidad (soberanía y representación), en favor de los mecanismos garantistas del respeto a las libertades y responsabilidades ciudadanas. No interesa el quién sino el cómo. Añadiríamos, por nuestra cuenta, que no interesa la posibilidad de verificar continua o eternamente los orígenes profanos o sagrados de la autoridad, sino la posibilidad de refutar al mal gobierno.
La fotografía, por resolución que alcance la cámara, no alcanza a definir la belleza dorada de las hojas de los árboles fríos. No se fotografía el viento, que pertenece a los oídos y a la piel; ni mucho menos la memoria, que es lo fundamental de cualquier percepción cargada sentimentalmente de un objeto. Esto es, pavesianamente trasplantado, que la experiencia sensorial viene de segundas. Lo cual recuerda instantes de felicidad pasada, que así existe; pero que, cuando los objetos no revisten la neutralidad de un paisaje vegetal, sino que atañe a los sentimientos amorosos, implica el bloqueo sentimental. Luego se dice: con una alegría renovada y pura porque no mana de una fuente negra, del corazón o de la experiencia.
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