No sé exactamente cómo entender (cómo explicar/me) la figura cartesiana del genio malvado, pues tengo en el cerebro una piedra que esta mañana estoy empezando a desplazar con sufrimiento y sudor.
[Se sube a la montaña y se vuelve a caer. El único consuelo es que algunos días el peso es olvidado. ¿Olvidarlo del todo? Imposible: tanto como que Prometeo no advirtiera el águila.]
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Cabe, históricamente, pensar en una reminiscencia maniquea en el alba de la filosofía y la ciencia moderna. Sin necesidad de acudir a esta vía, que semeja arquetípica (luz Vs. oscuridad), no está de más recordar/me la inquietante presencia de lo mágico y la Inquisición, ¿paradójicamente?, en la era de la imprenta y los descubrimientos, en la época de la dignidad del hombre, mirandoliana a carta cabal.
[¿Por qué ha de ser paradójico, si la Ilustración arriba a su negación y en ésas estamos?]
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Cabe pensar en tantas cosas… sin llegar a decidirse por ninguna… El genio malvado como una encarnación renovada, en el Barroco del sueño y la vigilia (noche y luz de la razón), del mensajero que ya inicialmente decidió torcer el mensaje (Luzbel-Prometeo). En ese sentido se dice [a sí mismo] el demonio interior cartesiano, pues este demonio a él le pertenece muy socráticamente: -A ver hasta dónde llegamos con nuestra soberbia racional. Esto le dice (a quien lo inventa, Mr. D.). A ver, pues, si somos capaces de soportar un sueño racional, una mentira y una falla incluidas en nuestra decisión de conocer todo, de desvelar todo y adulterarlo si es menester.
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Un juego lingüístico que no se reconoce como tal, retórica hasta el tuétano: el individuo de carne y hueso que ha decidido fingir dentro de sí un diablo que le engaña acerca de la representación metafísica total del mundo decide, como un creador vulgar, apartarse de la representación y la mascarada.
No es raro que se demuestre: ego cogito, ego sum. Ya estaba ahí, entre bambalinas. Esperando el aplauso del público.
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