Historia del fin del amor, en el sentido de una ciencia del hielo:
Va por partes, según el orden eterno: palabras al azar, conversaciones que se inician porque los ojos lo saben, el alma no. Vienen después (no conviene que mucho, pues se hace el invierno) los abrazos, incidentalmente, como conociendo las voces que su conversación se apaga si no se anudan los cuerpos que se buscan. Sobra manifestar que todo esto duele al alma, que sabe que el amor no existe a cierta edad. Pero el abrazo es demasiado genérico: antes están las manos, y contar el pelo y besarlo, que es por donde el amor se hace su idea alocada de ir a encontrar los labios, querer el fruto y hacerla negra.
Pero los labios conocen de antiguo que son el beso y se resisten. Sonríen, encantan. Tras ellos, como tras la frente, resisten. Ningún amor afronta el límite.
Qué difícil para los cuerpos gastados danzar: habrían pensado en acudir cada uno a la cita del otro, anubladas las almas normalmente claras. Se resisten los cuerpos a la danza. Ésta es choque, pero cuando el amor no existe -¿cuándo existe real?- un cuerpo navega en torno a otro y no se acercan.
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