20 de diciembre de 2008

Ciudades truncadas

Si a mí, un kantiano gris y aburrido, incapaz de mostrar coherentemente sus pasiones, me diera por viajar, lo que hasta ahora no ha sucedido porque en cualquier lugar me encontraría a mí mismo (el sentido del viaje no está en el objeto deseado sino en el sujeto en fuga), si se diera esa decisión de mudar de espacio, aunque fuera por poco tiempo, elegiría Lisboa, siguiendo los pasos de un escritor genial de bar, borrachín solitario, poeta y diarista. Y si Dios me concediera otra oportunidad al respecto, me llegaría al Piamonte pavesiano, otro-que-tal, novelista además.

Si yo, un kantiano pueblerino, ingenuo e irónico, amigo de los condicionales…

***

En cualquier momento y lugar tendría que ir conmigo mismo, doliéndome de los errores cometidos con los padres, con ellos que mezclaron aciertos y fallos. Olvidados los segundos con aquello que se llama piedad y que es lo único que me queda de religioso, la única fuente de mi caridad (fe y esperanza no albergo), la única reacción que me parece existencialmente adecuada es tomarlos como modelo en aquellas resoluciones en las que dudo, cuando no sé qué hacer. O sea, casi siempre. En este orden de cosas no tendrá que parecer extraño, a mí me parece completamente lógico, que siga los pasos de un padre silencioso, sabio y bueno, infinitamente mejor que yo.

No hay comentarios: