Llama la atención que los periodistas de derechas, habitualmente tan circunspectos y nominalistas (Oh, pequeño dios Occam, navajero; tú, tan detallista, amante de lo concreto) caigan en el error de la izquierda, el cual consiste en la referencia moral casi inmediata a la razón en la historia (Marx entendió como quiso a Hegel) y por lo tanto a una subjetividad consciente que no se llama Dios (nada más que) para poder distinguirse de los ocupantes de los escaños de la otra parte de la Asamblea popular, eclesiásticos infiltrados. Solamente por eso no se llama Dios, porque sus cualidades convienen por completo a la Providencia. De esta manera, en Chile, en 1973, triunfó la razón cósmica cuando el general P. (callemos su siniestro nombre completo) tuvo la intención de acabar con la incipiente guerra civil destinando los estadios de fútbol a otro fin que los goles. Siempre me pareció más verdadero, puesto que parcial, el gran documento de Patricio Guzmán (creo) que es La batalla de Chile: ahí no aparece ninguna conciencia que gobierna, sino las intenciones (de la izquierda) equivocándose. En esto sí lleva razón Paul Johnson (al que pertenece el texto reproducido, de la p. 195 de su Al diablo con Picasso..., excelente recopilación de sus artículos, Javier Vergara ed., 1997); es decir, en que no puede emprenderse una reforma radical de los asuntos públicos sin contar con una mayoría muy cualificada de la población. En realidad, las reformas radicales debían ser proscriptas, porque no pensamos lo que significa la palabra "radical": violencia y muerte. Porque se nos olvida la maligna condición humana.
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La inocencia indistinguible de la culpa, la culpa por empezar (como en esas peleas de niños que no se entienden nunca).
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Se nos va la vida, en la parte de las mañanas de los domingos, rastreando textos en Internet (artículos, ensayos breves, conferencias) para el trabajo de diario (valga la redundancia): textos fungibles, de leer, subrayar, explicar y opinar... que un pobre (de verdad) maestro da a sus alumnos a ver qué pasa.
-¿Qué va a pasar? Nada.
Luego una cosa me lleva a la otra: de M. Castells, M. Naim, etc., me voy a Ajmatova, sin moverme de los mismos archivos electrónicos de los diarios, a H. Tertsch, que me lleva a Vargas-Llosa, sobre Ajmatova e I. Berlin. Vuelvo a Arcadi Espada, que me conduce a S. Pinker y al mago V. Cerf de Internet. Todo esto sin haber leído una sola línea, para rellenar yo mi propio archivo de cuatro folios (en pantalla) de direcciones electrónicas. Veremos.
PS. No se escribe Ajmatova, sino Ajmátova. Pero es que me gustaría que las esdrújulas las pusiera el lector. Oh Yeah.
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Rinoceronte de Ionesco (Alianza): Por lo que llevo, ni sí ni no. ¿Lo contrario? Quizás el teatro no esté destinado al lector---
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Aunque opino que la obra se sostiene con un pre-texto---
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Digamos que el retardo de la acción, por mor del exceso verboso que solapa los diálogos del azar, pero (por detrás del ruido de la charla insulsa) que apunta al problema o núcleo dramático, digamos que el impasse excesivo del lector o espectador, que ellos sufren, facilita su sorpresa: en efecto, todo es uno, animal y humano---
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Por alguna razón inefable las inocentes letra e imágenes del videoclip de una canción ("Pa´Madrid", de El Barrio) lo sacaban de su desesperación---
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