14 de mayo de 2008

Nausea mundi

El torrente de palabras: una debilidad---

La conciencia: otra debilidad---

El arrepentimiento: más de la misma medicina---

Sin embargo, el pensamiento debe estar ocupado en un muy otro orden de cosas: no en el presente de las insidias sino en el preclaro pasado---

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En otro orden de cosas. Aunque no tan preclaro:

En las páginas que dedica Gerald Brenan en su libro Memoria personal a la Guerra Civil española no se puede sino sentir piedad por los muertos, y desprecio por los vivos: a veces son los mismos, a veces somos nosotros y nuestra cainita historia que retorna como una fantasma ávido de sangre, entre los que se quieren españoles y entre los que no (hoy mismo). Esta lacra del odio, que resultaba incomprensible a este personaje amoral (relativamente) y simpático que era Brenan, un personaje como el que querríamos que vistiera a nuestra persona, sin duda, debería -esta muerte lenta de las Españas- ser para nosotros igual de incomprensible, e imposible.

Aparte, una idea o creencia que se me quedó cuando hube de leer El laberinto español: el punto de vista del que recuerda horrorizado el horror (no puede ser de otra manera: tiene que repetirse en la conciencia), que tiene que simpatizar con la República (como idea) tendrá que, necesariamente, lamentarse de los errores de esa misma República. Tendrá que ser de esta manera, puesto que todavía creemos, si todavía creemos, que el mal representa lo antinatural de los acontecimientos, aquello en lo que estos fallan. Esta duda que beneficia no podemos concedérsela al ideario fascista, por refinado que sea---

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Figuras de la caverna.

Los libros de caballerías (quijotismo), las historias románticas (bovarismo), y ahora el carácter incauto del que (de quien) se entrega a la comunicación y las relaciones afectivas electrónicas, confiando en la bondad y veracidad humanas: después de que el interlocutor se presente y se mantenga como anónimo, irresponsable.


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(Por la tarde, cansancio)

No se nos tiene en cuenta, no se nos escucha.

Es lo mismo: el derecho de hablar va con la autoridad, y no somos ciudadanos sino consumidores---

Nadie quiere cumplir con las normas y nos buscamos estúpidamente excusas para nuestros fallos.

Buscamos incluso justificaciones para los peores crímenes---

Nadie quiere cumplir pero quiere conocer que los demás se han comportado como seres perfectamente cristianos y angélicos con los actos malos ajenos: tú eres un malvado, yo tengo que evitar que lo seas. Si no puedo, ¿quién se puede esperar sensatamente que pueda con estas cosas?, por lo menos tengo que mostrar que lo he intentado, que por mis buenas intenciones merezco salvarme de tus delitos. Repugnante.

Así es.

Así que tengo que producir papeles y más papeles, un mare magnum de papeles, un vendaval y un vórtice de papeles, una perfecta simulación del movimiento que a nada llega y retorna a mí: la mentira social como sustancia, la farsa de una acción inexistente---

No tenemos salvación: tenemos que representar para los extraños, para cualquiera de ellos, una civilización decadente y merecedora del cuchillo, en el fondo piadoso.

Con el fin de ahorrarnos aunque sea nada más que nuestra necedad consentidora---

Otro asunto: Filosofía y poesía de María Zambrano (FCE). Gran libro. De veras.

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