18 de mayo de 2008

Quien no se consuela...

Lo bueno de la frustración continuada del pensamiento, neurótica y sistemáticamente catalogada, dimanada esa frustración de una básica incapacidad constitucional para pensar y para vivir, está, a mi entender, en la posibilidad de imaginar lo que hemos dicho como si fueran los pensamientos de otro mucho más hábil.

Realmente las ideas y los juicios pertenecen a la lengua, impersonalmente. Nosotros los usufructuamos, inadvertidamente si las cosas de la psique van bien. O sea, que si van bien nos engañamos. Y que la verdad, si la reconocemos, nos duele y nos mata---

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Quizás no lo explique bien:

De los sueños esperamos más de lo que pueden dar, ignorando aquello que efectivamente, graciosamente, nos conceden. Así, lo interesante no estará en el relato fiel del sueño que, casi siempre y afortunadamente, además resulta imposible de hacer. Que si pudiera hacerse, normalmente sería tedioso, puesto que la experiencia de un particular a ese particular concierne y a nadie más. Cada quien sueña lo que sueña, nada más. Todos lo hacemos, y en esta comunidad de vida nocturna conocemos ciertas reglas de nuestra vida, reglas que nos sacan de nuestra privacidad incompartible: pienso en algo así como en la compensación que hacemos -en los sueños- a las pérdidas diurnas, y no me refiero a pequeños asuntos o conquistas que desearíamos. No es esto, una vez que hemos llegado a ser personas maduras que no esperan lograr nada en especial. Es esto otro: conversaciones que tenemos con los difuntos, que solamente transcurren en la vida abandonada del sueño; conversaciones que señalan hacia algo que deberemos de tener en cuenta en la vida consciente. De una manera inquietante, la utopía soñada consiste en una recuperación de la inocencia y la irresponsabilidad infantil. Así que se invierte la tendencia de las fantasías desesperanzadas y nihilistas del día a día, todas tocando a un futuro indeseado---

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Es falso que los seres humanos sepan qué hacer con la libertad. La mayoría de ellos no lo saben: llevados por el capricho momentáneo, el deseo, la ignorancia u otras sinrazones, todo aquello que hacen tiene que conducirles a profundizar en su infelicidad. Pero si por algún azar consiguieran, a través de su reflexión, hacer coincidir su libertad con lo que es, con lo necesario, en ese mismo instante la libertad recién ganada se disolvería, en humo, en polvo de pesimismo: quien conoce y actúa según los pasos debidos se comporta enteramente como un esclavo -de la necesidad histórica o de la providencia.

No es mayoritario entre las gentes el exceso de reflexión, y no viene el peligro del pesimismo consiguiente, sino del vicio contrario: de no saber qué hacer porque la cabeza no se utiliza para pensar, sino para lo que a uno se le ocurra porque sí, sin parar mientes en consecuencias y en daños. Las ideologías totalitarias sacan de este estado de hecho, de esta terrible postración satisfecha de la inteligencia natural (que no sabemos por qué la tenemos, pero la tenemos), extraen de aquí, me digo, una conclusión enteramente falaz: a saber, el carácter innecesario de la libertad.

Sin embargo, lo que de hecho sea percibido no ha de implicar una obligación moral. De modo que podemos concluir nosotros, según nuestra creencia liberal e ilustrada, que sí, que los seres humanos son estúpidos, ciegos y cobardes, que malbaratan por entero el don sagrado de la razón y la inteligencia, pero que por esta misma razón, puesto que tienen la capacidad, deben saber qué usos se pueden hacer de la libertad: deben renunciar a la satisfacción animal y hacerse dignos de esos dones que no saben emplear, ni conocen en rigor de dónde les vienen. Menos que nadie, los científicos pomposos---

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