... se convencen los demás de nuestra propia torpeza y egotismo: Lo manifiestan en su cara de disgusto. Nosotros que lo advertimos no nos hacemos mejores. Así se siembran las discordias. Trabajándolas poco a poco y en silencio---
¿Se está en el error? ¿Delante de una verdad rotunda?
Vivir representa un equívoco continuo, una aventura con errores---
...
Verdad que la exaltación nos tiene que perder. Pero ¿no es esto, realmente, lo que queríamos? Sí, de alguna forma es lo que se pretendía, perdernos, ser otros, existir como un otro. ¿Qué nos importa lo nuestro? Si hay algo de bueno y de noble entre tanto malestar interior habrá de ser, pienso, en esta renuncia al concepto: al reflejo en la voz ajena -quería decir. En ningún otro lugar.
¿Se pierde uno diciéndolo, sosteniendo de viva voz su renuncia? Extraña paradoja, razón más que irrazonable... Sin embargo, así será, cada vez que uno mismo experimente: a) la ajenidad de lo dicho, un asunto del que no se puede ya, honestamente, hacerse responsable, b) un sano escepticismo sobre el contenido de lo dicho (es decir, que, aunque fuera nuestro el decir, sería imposible sostenerlo con razones).
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