Hay dos apreciaciones del magnífico libro del escritor leonés (que necesita ampliación y/o reedición; ed. península, 1998) con las que estoy en desacuerdo. Se refieren a Jovellanos y a Eugenio Noel; en concreto a la actitud negativa del primero respecto al adusto paisanaje de los pueblos y su ruinosa arquitectura, considerando el asturiano que tanto más vale la pena mirar cómo podrían aprovecharse los campos; en cuanto a Noel, aun ponderando su nobleza moral, considera quijotesca (es decir, alocada) su campaña anti-flamenco.
No queramos ser moralistas acérrimos, y menos todavía responsabilizar de los males a la canción de la pena (que bien real era y es). Algo hay de legitimidad, sin embargo, en las protestas del ilustrado y en las del maestro quijote. Es que queremos ser finlandeses y no sabemos cómo (admiramos su educación pero no queremos tomar la responsabilidad de instruirnos).
Pues bien sencillo será: dejando de ser lo que somos, si es que algo somos, si tienen sentido -que lo más seguro será que no- estas menciones del volkgeist o de la intrahistoria. Industria y moral: tal parece lo que nos falta, y maestros que nos enseñen a ser dignos de ser felices, antes de serlo. Para ello no importará demasiado que el mismo maestro sea feliz, sino que sea sabio... Lo demás, después. Yo no creo en esto tampoco. (Pero ¿quién soy yo? ¿Qué autoridad es la mía?) La posibilidad de una política europea quebróse también el 11M y después, pienso, cuando el agua no se dejó que nos irrigara y nos uniera, desde Almería a Europa. Así estamos, entre empresarios voracísimos (especuladores) y políticos de vuelo muy rasante.
Y sin embargo...
Sin embargo...
Nos burlamos, abominamos, denostamos de la manía constructiva. Al igual que Jovellanos deberíamos ver qué tienen de honroso o de bello los tapiales ruinosos de una ciudad incipiente y pequeña como la mía, tan notada en las noticias de corrupción...
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