22 de enero de 2007

MASG, o la redención educativa a través del tormento y el fuego, I.

Miguel Ángel Santos Guerra, "Ganar la vida de los otros", en Escuela, nº 3732, 18 de enero de 2007, p.2

(Comentarios a propósito)

***

(Yo) Un mar de tibieza anega nuestras vidas: los dolores son inhumanos, pero hemos de aprender a sobrellevarlos, ser dóciles y dulces. Pues, si no, caerá sobre nosotros la culpa de nuestro dolor. En la dureza de tales momentos nos acompaña el saber, poniendo significado y vida para el desaliento de los días de trabajo sin resultado. Contamos, eso sí, con las facultades de pedagogía para comprender la marcha ideal del todo. La sublime bondad del experto acoge un momento en su pecho las lágrimas que se asoman a nuestros ojos, reflexiona y luego nos habla. Benditos sean el saber y la virtud.

“Según una reciente encuesta británica uno de cada dos profesores desearía dejar la profesión a la menor oportunidad. Algo parecido parece ocurrir en otros países, entre ellos el nuestro. ¿Qué está pasando? "

Según el experto no está ocurriendo nada, sino derrotismo: un delito en tiempo de guerra. Es decir, que el docente es culpable de su queja, de los hechos y de lamentarse de los hechos. Supongo que los imperios que caen, los ejércitos que van de derrota en derrota hasta la liquidación final, se sirven de la misma retórica, de la impuesta negación optimista, de similar arsenal -pues otro no les queda- para intentar ocultar que ya no hay tiempo. Por cierto, la culpa, el delito de lesa educación no lo señalo yo, sino él, en claro castellano:

“Considero preocupante esta actitud pesimista ya que el profesor está en relación intensa y directa con grupos de personas que se encuentran en fases tempranas de la vida. La actitud derrotista es una tragedia para quien la vive y para quienes la tienen que soportar desde una posición de inferioridad.”

El lenguaje es adorable, sirve para el amor y para el crimen, pero se burla de los ingenuos que creen en la inocencia: se parte de la disposición del lenguaje que estima “preocupante” una “actitud pesimista”. Por lo tanto, ya desde el principio, ya desde lo eterno para la jerga pedagógica, se trata de una cuestión de interioridades, de incorrectas apreciaciones subjetivas... Que nunca han de corresponder a los hechos; los hechos, ¿qué hechos? ¿esos resquicios positivistas de la reacción? Nada que no pueda (de)moler el molino ideológico oficial. Se parte de ahí, pero se llega a mucho más: a la imposición de un mecanismo de culpabilización para el derrotista, que ha de soportar la “tragedia” en su salud (salut = salvación), que ha soportar que le soporten su delito: los alumnos “en posición de inferioridad”. Ay de ti, alevoso docente, prevaricador, inarmonioso! Pues quien hace daño a mis pequeñuelos ya está condenado por mí. Cristo y la inquisición, una vieja historia... ¿Les suena? Ya no creemos, pero nos encanta la inquisición. Mucho más a los españoles, que veneramos el lenguaje reglamentario, las traslaciones de sentido, los deslizamientos: todas las premisas interesadamente entendidas para al final encontrar un culpable práctico. Nunca nos asustó la falacia naturalista... Nuestro valor siempre fue más amplio.

“Hay motivos para el pesimismo, ya lo sé” ...llena eres de gracia! Pues el lector, humilde y ya culpado (aunque a ratos me siento inocente como en las primerísimas semanas del paraíso; yo, pagano) agradece al sabio la concesión, la gran venia, porque ha podido hablar y se le ha escuchado, o se le ha observado, directamente o de soslayo, como se dice al principio del artículo, en el lenguaje aséptico y supradimensional de la ciencia (“He detectado). “Sin embargo”: ¿Te pensabas que te ibas a ir sin pagar, pequeño? ¿Qué me había convencido lo que sabes? Pero, ¿qué sabes? ¿Sabes algo? ¿Yo te he dicho que sepas? No, no te he dicho nada, me he limitado a escucharte, no te confundas, mucha miel no te conviene, ni a tu lengua ni a tus labios.

“No digo sólo que merezca la pena que haya profesores, sino que merece la pena serlo.”

Qué extrañas palabras! Qué raro suena aquí el lenguaje! Qué mal sabe! Imagino la incomprensible situación de la creación (?) por parte de la sociedad de unos oficiantes que sienten desagrado de su oficio, como si fuera un trabajo ingrato que nadie quisiera desempeñar. Pienso que al experto le traicionan sus palabras, que reconoce sin querer una situación anómica, conflictiva, disruptiva, alienante: la existencia de unos papeles sociales que siguen existiendo y continúan siendo pagados, pero que se han vaciado de contenido, o que funcionan de acuerdo con unas reglas que hacen imposible el juego, cualquier juego. ¿Merecería la pena que no hubiera profesores? O, por lo menos, ¿podríamos aceptar, como un mal menor, que se sintieran a disgusto? Lo primero es para un pensamiento demasiado radical, y no para una sociedad que ama la moderación, porque aspira a conservar para sí y para sus hijos la tibieza del confort ganado. Aceptemos, en consecuencia, lo segundo, para ver de volver esa tristeza interior del docente en “motivos de optimismo”. Aunque no dejan de resonarme otras extrañas palabras que quieren describir los hechos (¿qué hechos?; ¿no habíamos decretado que no existen, que la teoría es mucho más fuerte, que la ideología es sagrada, más que la familia?):

“Según una reciente encuesta británica uno de cada dos profesores desearía dejar la profesión a la menor oportunidad. "

Porque estamos ya acostumbrados a creer que las encuestas reproducen nuestro pensamiento, lo que hemos pensado, lo que vamos a pensar, lo que tenemos que pensar. Curiosa lid ésa, con la mitad de desertores... Es como dos que se amaran, y uno de ellos no quisiera. ¿En serio se pueden predicar razones para el optimismo cuando la mitad de los empleados de un oficio estarían dispuestos a dejarlo? ¿Hasta qué punto pueden llegar los motivos de la voluntad, la vieja y aburrida canción de los motivos de la voluntad, la forma de la prédica antes religiosa y hogaño rousseauniana?

2 comentarios:

conde-duque dijo...

Como insignificante interino que ha hecho unas cuantas sustituciones temporales en distintos institutos de la Comunidad de Madrid, puedo decir que se me han quitado las ganas de ser profesor casi antes de empezar. Desde el mismo prodecimiento selectivo de los profesores, todo es un desastre y un absurdo...
No sirvo. Me niego.

Martín López dijo...

No digas eso, no se te ocurra. 1º Estudia todo lo que puedas, ama todo lo que aprendas, lee todo lo que te llegue... 2º Desprecia la jerga, la jerigonza, el argot, la germanía... de todas las sectas de la corrección política/social/educativa 3º Despreciar, eso sí, en el sentido de analizar y pesar las trampas de los supuestos argumentos de todos los ideólogos a sueldo, de uno y otro signo, que pueblan las Españas. 4º La cultura debe sobrevivir a las ideologías: éstas son pesadas y por eso tienen que caer. Evidentemente, en el oficio el absurdo es el pan nuestro de cada día: sin pretender especial clarividencia me vaticiné que iban a tardar poco en trasladarnos lo de Alcorcón. En efecto, la "solución": 1º Hablar con los directores de los IES/colegios 2º Hablar/escribir de racismo/xenofobia (que no digo qu no) 3º La conclusión perversa: achacar a la profesión la responsabilidad de las actitudes raciastas/xenófobas.