(19 de enero de 2007)
¡Alegría del sueño,
a la que nunca dicha alguna cierta
ha llegado!
- ¡Y qué triste alegría
diaria, esta
con que nos conformamos, olvidando
la otra, la otra, la otra;
que sabe, cada día, que no es más que
semilla vana de la flor del sueño!-
Juan Ramón Jiménez, Eternidades
La denegación del autor: ¿Cuál? ¿El AUTOR? ¿El Autor? ¿El autor? ¿El “autor”? Son diferentes posibilidades de afirmación/inscripción textual. Pero el autor (en general) suele vivir de sus crisis, de los momentos de duda/s. La irrupción de nuevos medios -físicos, tecnológicos- de transmisión/almacenamiento de la escritura no cambia en nada su posición básica, fundante de discurso. Únicamente nos dificulta, a nosotros y también a él, el entendimiento ajustado de lo que sucede (la construcción de un sistema de enunciados verdaderos, la ciencia). No había de ocurrir de otra manera con la escritura electrónica, que abre posibilidades (accesos a y desde) múltiples. Esa multiplicidad no le niega (a él, el autor): la acoge, selecciona, duda, piensa, interpreta o malinterpreta... todo un conjunto de acciones que tradicionalmente corresponden a la actividad reflexiva de un sujeto. Delante de una disposición de las cosas como ésa, negar la autoridad del autor equivale a imaginar una humanidad de clones (en la esencia y en el número). Lo que realmente se complica es el reconocimiento de la condición de (autoridad del) autor, pues se ha hecho meridianamente claro (/luz del mediodía, sin sombras, eterna/) el juego interesado de (en) la escritura del libro, esa modalidad industrial del reconocimiento de la autoría, de la escritura y el texto. Pero realmente no creo que se descubra nada nuevo recordando la fragilidad de la fama que consigue el escritor, la difícil objetividad crítica en la atribución de mérito.
El poema de JRJ no genera ninguna duda al respecto: corresponde a una experiencia universal para la que habitualmente faltan los términos adecuados (se tiene la impresión, pero falta la verdad del juicio; por así decirlo), y que por ello se relega a la emoción, la lírica, el lenguaje en primera persona, expresivo-no científico. El mérito de JRJ es tomar el lenguaje por su envés, desbrozándolo de hábitos (de la política y de lo vulgar). De ese modo, poner en mente la tristeza de tantos despertares, que no nos podemos creer que nos alejen de la felicidad; y por eso nos resistimos a dejar de invocar: “la otra, la otra, la otra”; trinidad infortunada de las derrotas asumidas (con un significado que no comprende el tercer día del espíritu hegeliano).
Pues esa flor nunca se ha abierto para ti!
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