(4 de enero de 2007)
A) En la segunda tesis WB recoge una opinión ajena (“dice Lotz”), que menciona una particularidad notable de los seres humanos: el renunciar a la tentación de proyectar la felicidad en el futuro. El no-lugar no tiene que ser buscado en el tiempo por venir, sino que debe ser recuperado en el pasado, en hechos menudos, en acontecimientos que han concluido en fracaso: la redención se limita a días en el campo, mujeres amadas y charlas amigables. No se puede resaltar más la pobreza del pensamiento con el que el ánimo de WB concuerda: parece que es su pobreza, humillada, la que se ha puesto a escribir y aconsejar al lector.
B) “Hubo tiempos más inocentes en los que se imaginó que según fueran avanzando las explicaciones racionales de la naturaleza se aliviaría el peso de la superstición, y que el desarrollo económico y el bienestar irían disolviendo formas de integrismo nacidas de la ignorancia y alimentadas por la pobreza.” (A. Muñoz Molina, El país, 4 de enero de 2007)
La opinión de AMM vive en la riqueza. Debe quererla ahora, y mantenerla para mañana. Un tono irritado, literario y de libelo, hace dudar de los oficios del publicista, introducido entre los aires enrarecidos del pensamiento puro. (Pues en la defensa política de la libertad no se puede no estar de acuerdo.) Los argumentos establecidos al servicio de la demostración de la existencia de Dios no necesitan, a su juicio, de una refutación pormenorizada.
A mí me sucedió, al contrario, no poder entenderlos demasiado bien, moverme con muchas dificultades y fatiga entre la génesis conceptual pensada de las razones (a partir de la teologomaquia de Canterbury), igual que si las voces del diccionario se hubieran vuelto locas. Me sucede atascarme nada más comenzar a recorrer la primera vía, ese itinerario que va de los hechos a su dios, interviniendo en el paso la mente necesitada: no entiendo las razones mágicas de un mundo motivado a realizar sus posibilidades más propias, llamado desde fuera de sí, sin descanso, a ponerse en marcha y dar su fruto. Como este mundo inquieto es inconcebible, si dura demasiado el pensamiento, se le da el nombre de Dios a la paz menesterosamente encontrada. Luego restan otros cuatro oasis para que el pensamiento abreve. Qué difícil es comprender el anhelo que muestran, repetido, las cosas en el pensamiento de los hombres; una vez que las cosas se reúnen en los hechos, dinámicas, cargadas de sustancia y de fuerza, para ser mejor explicadas; moviéndose, las conocemos, nos apercibimos de ellas. Debo achacar todo esto, las dificultades, a debilidad, a mi poca dedicación. Y, aunque me sorprende agradablemente que hombres civilizados hayan alcanzado a saber lo mucho que yo ignoro, estaría encantado de conocer, mediante las oportunas aclaraciones de Muñoz Molina, en qué sentido son innecesarias las refutaciones de argumentos, por otra parte tan peligrosos, puesto que constituyen semillas eternas de odio y de guerra, enemigas de una libertad personal y civil cuyo origen, es hecho conocido, no pudo ser nunca teológico.
Así que relegaremos la petición o solicitud redentora de Walter Benjamin al lugar de los sueños infantiles, cuando se tiene miedo y se necesitan protectores: dioses, padres y maestros.
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