1 de enero de 2007
Estaba delante del médico, por primera vez, para contarle su obsesión, decirle de sus modos autodestructivos, de la frialdad en el trato. Sentía vergüenza de tener que confesar estas cosas, igual que una culpa propia y oculta que le dejase al margen, si es que él no se había encargado ya de ir cerrando las puertas. Había ideado para sí una cura bastante simple, concebirse anónimo, que hablasen en él, que el lenguaje dijese todo aquello que tuviese que decir. Si su "trastorno" era una especie de pesadilla escéptica, nacida de la inseguridad (no le cabía duda), quizás se salvase -pues dilapidaba sus horas en manías pensadas- entregándose a una fatalidad que hubiese querido dogmática, incuestionada. Estaba seguro de que algo ganaría así, pero era realmente muy difícil, y tampoco podía decirle esto al médico, añadir vergüenza sobre vergüenza. ¿A quién interesa la verdad? Sin embargo, ahora, delante de él, comprendía que tenía que dejar las veladuras, los prestigios literarios de una dedicación que se había convertido en un trastorno en su vida y con los suyos: ¿qué quería decir eso de leer por dentro, esas ideas absurdas de recogerse en el subsuelo, en una habitación apartada, dentro de la oficina igual de una calle igual, tediosa?
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Dostoievski, Kafka, Pessoa: puesto que disminuyen la alegría, y ésta procede de la actividad del conocimiento, habrá que culparles de un concepto pasivo de la inteligencia, si no de una ignorancia realmente práctica. Lo contrario, suponer en ellos la luz, sería desesperante para las almas bellas o felices.
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Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia, I
"Existe una leyenda sobre un artefacto diseñado para jugar al ajedrez que respondía perfectamente a cada movimiento de un oponente. Se trataba de una marioneta en atuendo turco y con un narguile en la boca, sentada a una mesa frente al tablero de ajedrez. Un sistema de espejos producía la ilusión de que la mesa era transparente por todos los lados. En realidad, un pequeño jorobado (maestro del ajedrez) estaba sentado bajo la mesa y dirigía la mano de la marioneta por medio de unos hilos. Podemos imaginar el equivalente filosófico de este dispositivo. La marioneta, llamada “materialismo histórico”, debe ganar todo el tiempo. Esta puede ser una partida fácil para aquél que se aliste en los servicios de la teología que hoy, como sabemos, no puede ya tomarse en serio."
(Traducción tomada de http//:avanzando.over-blog.com)
Qué mal lugar para el materialismo histórico, si la ingenuidad nos lleva a jugar con la metáfora del enano ajedrecista oculto. Ganar la partida equivale a una comprensión adecuada de la historia, pero es un saber que vive de la expectativa que crea acerca de su autonomía. Se otorga a los hombres una explicación, para que la acepten; que por lo tanto es una forma de la fe; se hace de una manera maliciosa, al inducir la ilusión acerca de su transparencia, reservándonos el conocimiento de ese hecho. No obstante, se da pie a la ironía en la frase final, al mencionar la poca seriedad actual del sustrato teológico, de forma que el escepticismo queda sembrado y aboca al materialismo histórico a la tarea de una religión sin fe, a un sistema estéril de explicación.
Pues, en efecto, parece que la salida va a venir por ahí, renaciendo la fe de las cenizas, la esperanza desde la destrucción... Habrá que ver cómo se puede dar rigor y sinceridad al uso instrumental de la teología.
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