3 de enero de 2007

Tiempos

Normalmente no dispongo de los conceptos precisos.

El ángel de Klee/Benjamin se horroriza y pasa de largo, el dios nos trasciende de mala manera, dándonos de lado...

La tentación es interpretar, inmediatamente, la imagen en el texto, deshacer la carne de las figuras e ir a las categorías más a la mano, el espacio y el tiempo...

El tiempo. La plenitud o la ruina del aquí, del presente, cuando el sentido les es concedido, gracias a la interpretación, corresponden a lo eterno, también a lo que retorna circularmente: porque el instante nietzscheano debe ser el lugar de lo eterno, si la voluntad afirmativa es sustancia, la realidad toda (pero yo hablo de oídas). La fuga del ángel toca, tangencialmente, el círculo del presente eterno (ya está, la identificación prohibida), equivale a un concepto lineal de tiempo, igual que la trayectoria de una estrella fugaz, que nace en un momento y luego desaparece. Qué amigos somos de las figuras, de imaginarnos la noche y la estrella!

Pero no simplifiquemos, quizás el tiempo del ángel y el nuestro sea el mismo: los datos que le enviamos desde la historia no son acciones puras, sino negaciones, el mal; los instantes nuestros representan fragmentos de injusticia; su horror, la necesidad mesiánica, la redención. Entonces, el tiempo es librado de sus malas interpretaciones geométricas, lineales, circulares... Por ahí atisba mi pobre inteligencia de la tesis primera de WB, contempla la desidentificación del materialismo con la historia positivista, la postulación irónica (¿y si?, als ob) de la teología, la necesidad de la compasión: el tiempo lineal del progreso acumula males sin cuento, dolores, muerte... La salvación no se deja para el futuro, consiste en una reintegración de lo pasado. Quizás esto valga también para las narraciones, que, si han de ser verdaderas, deben separar al narrador de las ambiciones del mundo. ¿Dónde se encuentra ese valor?

***

Al salir, tenía que admirar el orden tranquilo de lo que se encontraba, los edificios, los obreros retirando los artilugios navideños, la gente que iba o venía de comprar, arremolinada delante del teatro, en las plazas y en las calles... Le sería imposible retener todas las caras, eso lo sabía (así conocía que, al final, tenía que fracasar); la enorme fuerza de la ciudad, que sobrevivía dignamente al tiempo, y se prometía más tiempo aún, le sobrecogía. Todo. El tráfico, los niños jugando en el parque, el llanto innecesario, aunque discreto, de una muchacha sentada en un banco (¿a qué se deberían sus lágrimas?); sus ojos de incrédulo tenían que ir registrando lo que veía, anotándolo en su intención de guardar, que sólo él conoce.

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Confío en las palabras, una vez que he dejado de hacerlo en mí: qué curioso e irónico!

1 comentario:

conde-duque dijo...

Una versión actualizada y "light" para entender las tesis de filosofía de la historia de W.B. es el reciente libro de Reyes Mate "Medianoche en la historia", Trotta, 2006.