Se confiesa
“Miembro de una generación intermedia, nunca sabe bien qué carta jugar (aparte de que nunca me gustó, no me veía). No le tocó conocer la dureza y la miseria (nada socialrealistas) de los mayores, su lucha entre la sombra... En eso reconoce su virtud, el agradecimiento. Aunque no quiere dar las gracias, siente que algunas realidades las ha tenido que conocer demasiado tarde: el brillo de los ojos, delante de los jóvenes, estudiándolos, desde fuera debe parecer de ironía o despego. Realmente no termina de comprenderlos. Ellos sí juegan, demasiado. ¿Qué puede darles? ¿Tener que participar de su “brillo en los ojos”, deshaciendo el equívoco irónico? Fue a buscar una verdad y tropezó... El cinismo tiene que cuadrarle a él, que solamente ha tenido que reflexionar sin necesidad de actuar, y ahora tiene que obligarse -seguidor levantino de Kant- a un deber para el que no está dotado, si es que no logra terminar por convencerse de que la memoria consiste en la falta de recuerdos propios, en una nostalgia de...
lo otro, de lo que siempre ha sabido que carece.
Algunas veces duda y piensa que tiene.
¿Qué es lo que tiene?...”
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Conocerse objeto, necesitando de los maestros...
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