El frío que pasas cuando atraviesas los puentes de A., justo antes de que anochezca por completo, te resarce de aquello que te ves incitado a escribir.
La ciudad, con sus partes alta y baja, se sitúa a los costados de una rambla, una avenida seca, que en ocasión de inundaciones ha podido hacer mucho daño.
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Asimismo conoce el miedo, el ridículo, cuando está a punto de ser atropellado esta misma tarde, sorteando los coches.
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No puedo dejar que me venza el entusiasmo. Aunque siempre se dan razones para poder dudar de cualquier cosa, para no tener que esperar nada, o para esperar lo contrario -sostenía. Ése era el atrevimiento con el que daba comienzo a su noche.
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¿Qué agudeza de alcanza? Impresiones sueltas: el frío en la cara, la alegría que te produce pensar en si habrá enrojecido a causa del viento que viene helado, aunque después te imaginas que extras algo pálido... Pensar que tienes que escribir esto mismo, cruzar los pasos de peatones, y acordarte de que andas algo despistado, también cuando conduces. Pero no debes darle demasiadas vueltas. Lo anotas y lo absuelves. Ya estás acostumbrado.
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