El pensador observa la crisis de la democracia liberal: valorando los síntomas concluye que éstos no son nuevos, sino una constante histórica. Un concepto histórico verdadero, adecuado, debe deshacerse de la idea de un final progresivo: libertad, plenitud. En efecto, la proposición al fascismo de una regla de verdad y moral (el progreso) olvida la parcial, interesada y temible verdad del fascismo: su representación del sistema político de la democracia liberal como un sistema arbitrario entre otros sistemas políticos existentes.
Al lector preclaro, al que la imprenta dotó de la forma y potencialidad del ciudadano, se le representará un desagradable trilema: la sangre patriótica y mendaz; la letra sombría del catecismo revolucionario, ajena a la piedad; o, por último, la letra sin fuerza, garantista, confiada, de los regímenes parlamentarios. Deberá también pensar en la posibilidad y alcances de la aplicación de este esquema, que se ha adueñado de la opinión pública, a los sucesos de la actualidad política. Sentirá la incomodidad de las argumentaciones, en lo que se sostiene y en lo que subsiste detrás de lo que se sostiene. ¿Mediocridad? ¿Maldad?
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Erratas, 12 de enero de 2007 (Personas; de la gramática)
Escuchando, sería raro que también pudieras comprender; adueñarte de lo que oyes... (La lengua es su mujer, y le oculta cosas, más de lo que él cree. Vive entre secretos, polvorientos, entreabriéndole a veces la puerta, mucho menos de lo que él quisiera.) Encontrarla una vez, esta tarde, qué suerte! Luego, encontrarla una segunda vez. A veces ocurre dar en el blanco, salir y hallar (esta tarde, dos veces, en secreto). Dura un momento, él se conforma con poco: las claves y lo furtivo son de la interpretación del instante, de lo íntimo.
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Le gusta esa palabra, errar, que describe bien lo que hace, las equivocaciones, los pequeños viajes de vagabundeo por las calles y en todo lo que va escribiendo, en sus errancias de la tarde, él, como un pequeño agustín...
Le agrada lo que ve, el aire serio cambiado en sonrisa súbita, en un tiempo de milagro (que le huye y le derrama su encanto, desenvuelta en alegría), para él solo y sus adentros; rubiasco un poco alto, maduro y normalizado (del común, no llamativo), van sus ojillos inquietos, zigzagueando entre la gente y las cosas.
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(Animus meus, 13 de enero de 2007)
"...un sol tibio -si pudiera imaginar que recogido!-, para tenerme (yo) entre las sombras, entre ellas minúsculo y reflejo..."
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