La voz -lograda- es un espejo, un cuerpo y su sombra.
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Cuando te enciendes, faro de mi alma,
torre de ensueño,
y prendes en tu luz toda la vida
-este doble silencio, mar y playa-
¡qué hermoso eres!
Luego, ¡qué triste
cuando estás apagado,
faro en el día, torre de ladrillo!
Juan Ramón Jiménez, de Eternidades (1918)
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Porque no se habla de un faro real, sino de una orientación interior, que designa tanto el auténtico yo (el yo en plenitud y superior, según nota al pie de la Antología poética, a cargo de J. Blasco, Cátedra), o más bien su depuración y capacidad totalizadora, como el lugar desde el que se establece la orientación: es también un interior que se cae y se pierde, pasivo. Esto es inquietante para un lector adulto, pues se liga la belleza a la fantasía aislada y a contemplaciones irreales ajenas al trabajo. Se entiende que se está mentando el yo para incitarle a la nueva y vera vida, la dedicación poética: no habrá excesos de contemplación, sobreconocimientos, si no van acompañados de una artesanía lingüística.
No sería extraño que sabios y bienintencionados pedagogos quisieran condenar el abuso de estas ocupaciones, pues amenazan con desatar del todo al joven del training meticulosamente emprendido por la sociedad para convertirle en un consumidor feliz de artículos electrónicos, jalonado el discurrir de sus días normales de periodos de ocio, que no deben hacerle olvidar lo que es y sus obligaciones.
Se echa de menos poder volver a la juventud para dar con el tono vivo de versos e interpretaciones. Los viejos reflexionan sobre lo que dijeron (quizás otros viejos), pero hay algo en lo que saben, en la libertad con que desplazan lo que saben, que tiene ahora un sabor, sí, desagradable. Llaman textos a lo que ha quedado nada más que como el lugar de su comentario, y ésta es una planta de difícil crecimiento, la educación que debe poner en ejercicio, en otro, el calor del alma, el fuego de las palabras.
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¿Cómo poder decir, atreverse a sostener, que se ha propagado un odio a las palabras? Que toda la comodidad que se quiere para lo que se aprende ha arraigado en la muerte de lo más bello que tiene un niño, el descubrimiento del mundo. Qué poco trabajo cuesta deshacer la obra natural, convencernos y convencer del derecho a la facilidad.
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