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3 de noviembre de 2008
Walseriana súbita
Comprometernos con abundosas palabras, con sonriente verba, en el empeño del magnánimo empresario. Asentir y volver a asentir. En cuanto se da la vuelta, olvidarnos de lo prometido sin perder la mejor de las sonrisas, que ahora queda para el ánimo solo. Echar a andar, queriéndonos convencer de que quizás el magnánimo no pretendía otra cosa que aprovecharse de nosotros; pero sin darle demasiada importancia tampoco a esta idea, igual que si hubiera de representar una mariposa levísima de idea que se va de la realidad apenas vista. Seguir andando. Naturalmente el mejor saber nos lo reservamos: nuestro desprendimiento de las cosas no excluye la tragedia, porque supone justamente lo contrario: el dolor a causa de la vacuidad sin dios de todo.
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