Para el creyente la vida es donación, respetable en su inicio y un asunto sobre el que, realmente, nada tiene que decidir en su vida posterior. Su libertad se iguala con el sí que debe pronunciar al dolor y la muerte que culmina su tragedia mundana.
Para el ateo, que no soy yo, la vida, más que donación es arrojamiento en un mundo extraño, sin ningún dios que esperar tampoco al final. La libertad existe y es sin fundamento, porque no hay verdad que fundamente. Pero el pacto de seres egoístas requiere la confección de reglas de utilidad. Pretender fundarlas absolutamente, partiendo de cero, cuando se han negado los absolutos, ha de representar un absurdo, un imposible que solamente se puede paliar fijándose en los caminos que ha ido trillando la tradición. Esto es, no pretendiendo erigirnos en dioses nuevos.
***
Variaciones sobre la patada supradicha:
"El mundo sigue girando, absurdo y sublime -inabarcable. Tú, envejeces y vas angostándote, aprendiendo nada, ni siquiera a morir, sintiendo nada, pues del paraíso no nos resta ningún recuerdo. Convirtiéndote en un personaje de la literatura posible."
1 comentario:
Perfectamente dicho. Vas progresando adecuadamente, querido ciudadano.
Publicar un comentario