"Yo pienso". Qué atrevimiento! El de suponer un inexistente con cualidades, con capacidad de actuar. Se quebrantó la modestia ontológica: se imaginó un robinsón en su isla (el burgués no conoce al principio más que un deseo inmoderado: el cual necesita de obstáculos aparentemente invencibles), capaz de sortear no sólo los peligros, sino de hacerlo con arreglo a un método, de manera positiva, sobreponiendo a lo natural el sistema categorial facultado para las ciencias y los contratos sociales.
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El sujeto ha sentado como principio, desde el principio, lo que el kantismo le recuerda como tabú algún tiempo después... si no quiere caer víctima de sus excesos. Así que el racionalismo servirá en tanto la adoración delante del espejo (el sujeto se pasa allí las tardes enteras, aprovechando el menor resquicio de luz) no se transforme en un querer hacerse a sí mismo, un endiosarse que asalta las barreras y quiere alzarse (a sí mismo, pero ¿es que hay otro?) desde el barro tirándose de los pelos.
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