a) La mala fe que puede llegar a tener la opinión publicada: que no tiene que responder de sus argumentos, de unas comparaciones de situación verdaderamente tramposas, emocionales, desequilibradas, presta -la mala fe- para el adjetivo que insulta (al otro, a la razón)---
b) El comentario, una frase suelta nada más, que no hay por dónde coger: atinada ocurrencia, lapsus mental, ¿qué?---
c) El concepto circulante de uno mismo: cuando se es incrédulo, desapegado, sin buscar razones para que la estima ajena sea positiva---
d) La mala fe política, opinión pública de arriba, conformista por definición: amiga de buscar el lado positivo de los datos, la mentira envolvente para salir del paso---
d) La actitud universal de queja: tan confortable como criminal en sus resultados posibles. Sean nacionalismos o fundamentalismos: formas de integración exclusiva---
e) ¿Cabría recuperar, a través de la lectura, el diálogo: i. e., mediante la conversación muda, con el sabio del pasado, la paz política y la razón? Se debería, como parte -quizás- de la solución, arrojar al recuerdo de los graves errores toda esa faramalla de la inteligencia emocional, ese disfraz satisfecho de los caprichos y de toda suerte de egoísmos---
***
(Formas de acción política)
¿Puede alguno de nuestros doctrinarios entender esto?
Daniel Bell, El fin de las ideologías, p. 112 (El que advierte es Erik Erikson)
2 comentarios:
En mi modesta e ígnara opinión, sólo baben tres alternativas. Dos realmente, pues la última es más bien un impás sin futuro posible.
Tercera alternativa; seguir instalados, tres o cuatro generaciones más, en nuestra santa simplicidad reductora, a más bienestar material -y éste es hoy, en demasiadas inteligencias, un imperativo para la supervivencia- menor conciencia de(l) hombre.
Primera posibilidad; el futuro, como gran parte del pasado será el reino del totalitarismo más sórdido y eficaz. Segunda posibilidad, y sería la única opción para evitar estos dos indeseables futuros posibles, es la de una humanidad en la que todos fuésemos Sócrates. Esto es imposible, y siento no poder demostrarlo.
Estamos en el atardecer del Occidente ilustrado (Grecia y el Medievo incluidos). No debemos olvidar que Occidente ha conformado el mundo actual, incluido el oriental y el africano; nuevos mundos desde mundos paralelos, desde mundos marginados, es tan imposible como la enmienda de lo occidental.
A la base de todo esto, evidentemente, la convicción de que somos como somos, que Platón tenía razón, por muy fría e imposible de aceptar su ofrecimiento, y que somos tal cual somos, un desacierto sin apelativos de Dios, el Azar o nuestra propia Libertad.
En mi modesta e ígnara opinión, sólo baben tres alternativas. Dos realmente, pues la última es más bien un impás sin futuro posible.
Tercera alternativa; seguir instalados, tres o cuatro generaciones más, en nuestra santa simplicidad reductora, a más bienestar material -y éste es hoy, en demasiadas inteligencias, un imperativo para la supervivencia- menor conciencia de(l) hombre.
Primera posibilidad; el futuro, como gran parte del pasado será el reino del totalitarismo más sórdido y eficaz. Segunda posibilidad, y sería la única opción para evitar estos dos indeseables futuros posibles, es la de una humanidad en la que todos fuésemos Sócrates. Esto es imposible, y siento no poder demostrarlo.
Estamos en el atardecer del Occidente ilustrado (Grecia y el Medievo incluidos). No debemos olvidar que Occidente ha conformado el mundo actual, incluido el oriental y el africano; nuevos mundos desde mundos paralelos, desde mundos marginados, es tan imposible como la enmienda de lo occidental.
A la base de todo esto, evidentemente, la convicción de que somos como somos, que Platón tenía razón, por muy fría e imposible de aceptar su ofrecimiento, y que somos tal cual somos, un desacierto sin apelativos de Dios, el Azar o nuestra propia Libertad.
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