24 de noviembre de 2007

... hacer para pensar

O sea:

El consejo -materno- acerca de cómo no se debe proceder: así que al día siguiente nos preguntamos por qué no haber sujetado la boca a la ascesis socrática del silencio, de la menos que más docta ignorancia---

Ignorante soy un rato, atrevido más---

***

Como no soy capaz de mantener la atención ni en demasiadas cosas ni demasiado tiempo (en realidad pienso que soy constitutivamente incapaz de escuchar, porque ya me estoy anticipando a hablar) me obligo a concentrarme en un punto, si es que he llegado a comprender y no me ha equivocado mi no escuchar: la vinculación entre la idea de una sociedad civil y la exigencia de su articulación en un sistema o conjunto de procedimientos centrados en la conformación de un debate público, en un espacio argumentativo o algo así (además: mi memoria es traicionera)---

Pues bien, es aquí donde me temo que pueda ocurrir el conflicto, el verdadero choque -más que intercivilizacional, intracivilizacional- entre la solicitud trascendente de la fe y la inmanente del diálogo. Sí: en la esfera pública, tan azarosa como un debate en una universidad, se extienden las cartas del diálogo. Y se puede imaginar, inclusive, que en un lugar así, surja la magia de las razones, la ciencia y demás milagros (si hemos de creer a los sabios alemanes)---

Sin embargo, no debo olvidar (puesto que todos los demás lo saben) que las cosas comenzaron de una forma mucho más modesta: con las interrogaciones molestas del partero en la plaza, con la impudicia de su primo desatado, el cínico---

Es decir, con la irreverencia: lo demás son buenas intenciones---

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