12 de noviembre de 2007

Evidencias

El temor a que lo que digamos pueda ser escuchado, el silencio al que uno se obliga incluso en su casa, la indistinción entre los espacios privados y los públicos, la invasión de unos por otros, constituyen marcas bien estudiadas de los procedimientos dictatoriales (autoritarios o totalitarios). Es una tragedia cuando toda esa confusión invade el terreno de la opinión pública, en tanto opinión "publicada" (la prensa)---

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Hermann Tertsch

Al miedo a ser escuchado, resto fosilizado de la falta de derecho a utilizar la palabra que debió servir de diferenciación de rango en sociedades pretéritas (proyectamos, ¿por qué no?, nuestra situación ideal de habla en su contrario, convirtiendo la reconstrucción ético-lingüística en construcción histórica imaginada), a ese miedo fundamentalmente indigno le va como anillo al dedo el insulto que se dedica al disenso. "Fascista" o "rojo" da igual: la palabra es antesala del crimen, bestializadora contra su sagrada misión.

Perdidas las buenas costumbres lingúísticas, el rigor quasi científico en el empleo de las palabras, como si hubiéramos de tener en nuestra conciencia y en nuestra boca el ideal analítico de la filosofía, no será extraño que se pierdan las formas überhaupt: y así nadie llega a cuestionarse la enorme grosería y zafiedad que representa el no dejar hablar, el interrumpir, el pataleo...

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