“La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste la fortuna de éste en que sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto
filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene.” (W. Benjamín, Tesis 8, trad. de J. Aguirre)
“¿El pensador observa?” Naturalmente. El alma tiene ojos, los pensamientos son efectos ópticos. Lo que los ojos ven son sus pensamientos: en la rosa, la rosa pensada, de peligro o muerte, rilkeana.
Se observa, en un primer sentido, griego, milagrosamente conservado entre los olvidos. Se contempla participando en el espectáculo de la escena (de la historia). Por esa razón, la urgencia de romper amarras con un sentido del progreso demasiado bien acogido y entendido por el fascismo. Éste dialoga en el foro con el liberalismo, ocultándole que ha comprendido perfectamente el mecanismo entero de la astucia en el empleo de los medios, y que está dispuesto a utilizarlo, a la vez que se calla lo mucho que le aburre la idea de seguir siendo cristiano, el tedio de los fines, y los principios (el marco, los límites).
El aburrimiento de las reglas ya perdió al burgués -liberal-, aunque no lo sepa. Definitivamente, le pierde su propio hastío y el que se dibuja cruel en los labios del otro, totalitario. Él, el pensador, tiene que dejarlo, el liberal representa una ayuda demasiado peligrosa, o precaria. La contemplación, en efecto, debe ser activa, la teoría del que va al teatro social y se interesa en las representaciones (dramas o ideologías). Para él no existen los hechos, las ciudades meramente turísticas (reconstruidas, historizantes). Aprecia, por su parte, los monumentos caídos, las piedras: todo aquello que especula (refleja o señala) con la negación de la construcción de lo positivo, de la suma evolutiva alcanzada -según creencia- en el tiempo histórico.
En ese lugar, el de lo que aprecia, está su propio peligro, si él se pusiera a reflexionar acerca de lo que hace, lo que escribe, los textos. (No le hagamos responsable. El miedo le puede. Piedad para él y para nosotros.) Su estimación del fragmento es la misma del arte insustancial que vive en los museos, de la erudición y del partido: WB no puede liberarse de la veneración religiosa que vegeta en las academias, también en el que lee sincera y solitariamente.
Pero no queramos trasladarle nuestra política de partidos. Él elige el antifascismo en tanto fuerza viviente, actuante, histórica. Como un sacerdote que libra la memoria de los muertos.
2 comentarios:
Bien, totalmente de acuerdo. No podemos trasladarle nuestra lógica de partidos (nada me repugna más -por cierto- de nuestro presente, que esta lógica de partidos). Era una respuesta (dilema contrafáctico) a las relecturas "light", actualizadas, políticamente correctas, socialdemocrátas (algo absurdo en W. B., tan declaradamente antiprogresista).
Mucho me temo que la suya era la lógica de los totalitarismos: fascismo y comunismo. Crisis del liberalismo. El pacto germano-soviético rompió todos los esquemas. El escenario se vino abajo. Su castillo de naipes también...
W.B. sucumbió -como tantos otros- a la tragedia de una época, de la que acabó siendo una víctima tanto vital como intelectual. Se especula, incluso, con que no se suicidara, sino que lo matase un agente de Stalin...
Por otro lado, sí: la memoria. Recuperar la voz de los muertos. Pero ¿de cuáles? De los perdedores, vencidos, olvidados, marginados...
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