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29 de julio de 2008
Hay un terrible cuento...
... de V. Shalamov, uno de tantos en esa enciclopedia extraordinaria del dolor y la miseria de la utopía comunista que escribió, irónica o paródicamente titulado "La Cruz Roja". Son los médicos el tema, o la ocasión, más correctamente expresado. Puesto que la medicina representaba el resto de humanidad en el lager (en el soviético, no en el nazi), la posibilidad incluso de la libertad y la vuelta a la normalidad, al continente (desde el "archipiélago", naturalmente). Es en este asunto cuando un kantiano puede juzgar que los seres humanos no son buenos, y que en eso consiste ser kantiano: en fijar las reglas de un juego de supervivencia (y de mejora, dentro de los estrechos límites) en esa especie de axiomática hobbesiana. O eso, o el diluvio. Puesto que los médicos representan el resto de humanidad son altamente valorados por los delincuentes del campo de trabajo (unos privilegiados ya). Esto es: los delincuentes aman única y exclusivamente su propia vida, que antes que nada reside en el cuerpo, y absolutamenta nada la ajena, que es sacrificable, hasta en la persona del médico, si éste se resiste y es honrado. Tiendo a dar crédito a lo que sostiene Shalamov, que niega expreamente la condición de personas a los delincuentes del lager. Él sabrá por lo que lo dice. Tiendo a estar de acuerdo, a no entender en qué momento el sistema de excusas para los actos se salió de madre, y se equivocó la dureza del imperativo moral, que no pide el privilegio de la dignidad pero uno, sino el innegociable deber hacia la dignidad de otro, o que pide, en todo caso, las dos cosas al mismo tiempo. Tiendo a no entender en qué momento se pensó en que el progreso civilizatorio había de venir de la comprensión de las debilidades (a mí me resulta repugnante la sola idea de que alguien comprenda, y me perdone, mis muy reales debilidades), del incumplimiento de las reglas: que empiezan por el respeto que se tiene uno que tener a uno mismo. ¿Por qué? Porque puede y lo sabe. Libertad. No socialdemocracia, desde luego.
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