4 de julio de 2008

Autoficción, ocurrencias...

... en marcha:

[Porque lo poco que sé pensar lo tengo que hacer de paso (haciendo otra cosa, mientras paseo o conduzco). Son eso: ocurrencias, sucesos que no tienen que ver conmigo demasiado.]

Una palabra no va a definir -crear, genésicamente- una realidad textual. Cualquier red interpuesta o sobrepuesta en el mar dejará pasar peces indebidos o impedirá entrar a los correctos. Nadie va a negar la utilidad de las redes, pero el pescador tiene que seguir afinando el trabajo después. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué este tejido lingúísitico, con esta forma y ahora? (Pasamos ahora de las parábolas a los textos.)

Sé que las palabras y las intenciones se han podido combinar de infinitas maneras ya antes, de tantas maneras que sólo sabría darles ese número que no lo es.

a) Engaño porque así me manifiesto, y tal es mi verdad; b) ni engaño tan siquiera, digo el deseo y en este deseo manifiesto tal es mi verdad. Los acontecimientos que sueño se agregan a mi punto de vista (mónada de 1966), para poder conformar mi parcela orteguiana en el universo. Los acontecimientos que finjo habrán de ser los sueños del día, con el mismo derecho de verdad y de filosófico terruño.

Todo esto será cierto. Queda que el reflejarlo en pensamiento pertenece al día, a lo que viene más allá de lo moderno: que por indefinible por demasiado próximo se quiere asustar y domeñar con neologismos. Autoficción.

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