Enfrentarme con el significado de los términos lingüísticos, igual que si me diera de cabezazos contra el muro, me produce una angustia mortal.
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Mi comprensión se liga al olvido: al relativo desinterés por las cosas. Mirar de soslayo, o por encima del hombro, si así se puede decir---
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(Se habla de sí por carencia de experiencia recordada propia)
Tanto dependo de no acordarme de casi nada que la única forma de obligarme a callar sería metiéndome (otro) en mi memoria (propia). Eso, o una dictadura, en la que casi todos callarían. Ya se calla, por mucho menos (en general).
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Hay un momento del día en el que soy persona, un momento que nunca sé cuándo va a llegar (mi pequeño terremoto). Soy porque no pienso (un cartesiano zen) y admiro, entre los visillos de un sueño que tengo despierto, yo, el casi no persona, las palabras, admirables, de Elytis en Dignum est.
Comprendo la anomalía esencial de las cosas, la paradoja que llevan inscrita en la cara, de la cual todos vivimos y morimos: ser para hablar y casi nunca poder decir nada. Pero hay quien lo logra.
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El tercer momento de la palabra:
La parte que nos corresponde de verdad se presenta mejor cuando estamos callados (¿Quería decir eso W.?, ¿des-enunciar la verdad?).
De repente, de un exceso de silencio se arranca un volcán: un exceso, otro, diferente, que no siempre es sencillo y ordenado (¿hay que decir esto?), pero que demuestra (o exhibe) la vigencia de un cierto aire profético: dios, inspiración, éxtasis. Elytis, Dignum est. Después de la guerra, a consecuencia de la guerra.
[Me pregunto por qué, ante la duda que nos surge al respecto, no pensar en el valor moral ---qua inscripción posible, aunque remota, de las experiencias radicales en nuestros hábitos y pequeñas virtudes.]
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