Hay una tragedia íntima en cada esquina de cada calle, detrás de cada ventana, del mundo. Se abre la ventana para simular que se comunican ciudades que pertenecen a universos distintos, mundos que se olvidan entre ellos.
La conciencia no hace mejor a quien lo advierte (¿por qué no se mira a sí mismo y a los suyos?). Por esto me digo que la mía es la lengua de nadie: porque yo tampoco, yo el que menos, tengo derechos.
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