Podría creerme que el dios predestina a la salvación o lo contrario, sabiendo que de almas enteras se trata. Pero los ateos por siempre malditos no podrían haber encontrado argumento más finamente irreligioso que el que los creyentes, que se dicen, les conceden amablemente: esta bendita práctica de seleccionar los alumnos según los test psicotécnicos. No me imagino yo a dios en este negocio: parcelando facultades racionales para ver quién va a la cadena de montaje y quién al despacho que organiza y gestiona, quién engrasa más la cuenta y quién ve el mar sólo desde lejos en domingos de pío descanso. (Aunque tanto el gerente como el asalariado son dignos de dios. La conciencia respira.) Yo no me creo el calvinismo, y no me voy a creer esta obra divina que fusiona la administración de las cosas con el rostro de dios en el mundo. Como no voy a equivocar la rosa con la hez.
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