Se mantiene la farsa, sostenía, sin demasiada dificultad (se mantiene, decía) por mor de la astuta combinatoria verbal de los mercachifles del voto. Por mor, también, de la escasa práctica o frecuentación del viaje interior que hacen los ojos por la superficie de la página impresa (deficiente ilustración, añadía el sr. P.). Para hacerles creer que sí, que frecuentan lo suficiente, venían -en dosis prescritas- los periódicos de diario: el mandamiento cotidiano para que, sin que cueste demasiado cumplir, la reflexión que cuenta los céntimos por la noche se acueste con la conciencia de lo sagrado, pues se ha divinizado una vez más la opinión pública (así sea).
La mayor depravación en este asunto, concluía su ex abrupto (ablutio mentis), había llegado con los científicos de la sociedad, los propagandistas laicos que barnizaban de mathesis (oh, estadística!) el interés carnívoro inconfesable, engañando sin piedad a los corderillos clientes: puesto que existentes, declarados buenos; puesto que rexistentes (sic), de ellos el futuro que brilla.
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