... de Crónica, suplemento encartado en El mundo (domingo 7 de octubre) viene un breve texto, estupendo, de José Antonio Marina, a propósito de Epc. A propósito de su necesidad. No argumenta políticamente (advirtiendo la imposibilidad de hacerlo, dado el nivel -interpreto yo), sino a partir de conductas individuales que, por públicas y graves, reclaman una calificación social. Esto es, son puestas en tela de juicio; y vistas por los tribunales, como el caso del joven que dio en quemar el retrato del Rey. La pregunta que el magistrado Marlaska hace al acusado del hecho, en torno a si considera que hay límites o no a la libertad de expresión, contiene todo lo que hay que saber acerca del asunto, todo lo que es de interés en el asunto. Pues un derecho irrestricto, por constitucionalmente fundado que esté (la libertad de expresión), tiene que chocar con otros derechos constitucionales básicos. Dicho de otra forma: hay un límite en los derechos y las libertades, y, si queremos verlo así, no somos ni podemos ser verdaderamente libres. Porque no estamos solos, del todo. Pues bien, para esa soledad compartida prepara la educación (la enseñanza), que es, inmediatamente, política y ciudadana. Habrá -luego- que mirar cuidadosamente la materia con la que se da concreción a esta definición formal. Habrá que... Pues no se hará. Por miopía, desconocimiento, desinterés o exceso de interés. Es realmente más cómodo dar por verdad universal los decretos legislativos (y las leyes orgánicas) que emanan de un parlamento que no deja de ser accidental (resultado de una votación). Es más cómodo, desde la otra ribera, fijarse en las necesidades productivas (inglés y nuevas tecnologías: dice Rajoy, pero eso también fue lo que comenzó diciendo Zapatero) y confiar en que la teológica libertad natural y el buen (?) funcionamiento privado de las familias lleven a una conciencia recta de los derechos y los deberes. Aviados estamos.
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Privado:
Dolor de cabeza, malestar.
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Gozo:
Bill Evans (piano).
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