¿Un palacio de cristal?
¿Por qué no?
No debe avergonzarte pensar con imágenes, en imágenes, hacia imágenes (¿diaphanein?). Ellas suceden con una fluidez que no alcanza ninguna idea. Y si los sabios fueran más sabios, más acercados a la verdad, quizás supieran que nuestro cerebro funciona con perceptos y no sólo con conceptos. Es verdad que lo que tu mirada ve, tu ojo no lo piensa. Pero también es verdad que tus ojos miran hacia lo alto, siempre más allá: trascendiendo su deseo hacia la idea, la única, con mayúsculas. A la que cada ser le da un nombre.
No debe avergonzarte la imagen de un palacio de cristal, y de espacios domésticos a los que el ojo paseante sorprende (pues no se trata de un ojo metódico que vigila, sino de un cuerpo que pasea y descansa) y se inquieta, por lo que ve allí dentro: porque parece interesante. Tampoco te avergonzó la serie magrittiana del "Imperio de las luces", esa paradoja de luz diurna en calles nocturnas, cifra idónea de nuestro saber y condición---
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